
Tres grandes directores se reunieron para hacer de Cloud Atlas una descomunal película. Pero el esfuerzo conjunto de Tom Tykwer y los hermanos Andy y Lana Wachowski es tan difuso que el entramado se queda en una cinta sobreproducida, de la que no queda claro el mensaje, y mucho menos su intención.
Los tres directores categoría A se encargaron de producir y escribir la historia basada en la novela homónima de David Mitchell, que presenta un ensamble de situaciones del pasado, presente y futuro, contenidas en un mismo recipiente, pero mezcladas de una manera caótica.
Con tres largas horas de duración, la cinta con obvias pretensiones de festivales y nominaciones, discurre en seis historias de diferentes épocas y lugares en el mundo, con un mensaje new age de la interconectividad de todo en el universo, a través de la eternidad.
Un hombre que emprende un viaje en barco en el siglo XIX altera la vida de alguien que vive en la actualidad. Una periodista encuentra con su investigación, claves que se encuentran guardadas en manuscritos elaborados décadas atrás.
La historia se fragmenta en pequeños episodios y salta entre los tiempos, procurando mantener la atención en los numerosos hilos que se encuentran tensionados. Pero hay demasiado esfuerzo en conseguir cohesión entre las líneas que no queda explícitamente aclarada ninguna y ninguna consigue atrapar.
Algunos personajes son claves a través de la época y participan en diversos papeles con sus respectivas personalidades. En primer lugar está su majestad Tom Hanks que brilla como siempre y carga con la enorme responsabilidad de la que podría ser la línea principal que a su vez se ramifica en varias historias.
Junto a él, aparecen en el elenco protagónico, Halle Berry, Hugo Weaving, Jim Sturgess, Jim Broadbent y Doona Bae. Completan la nómina nombres de primer nivel como Hugh Grant, Susan Sarandon, Keith David y Ben Wishaw.
Todos ellos se enfundan en diferentes trajes y maquillajes en los saltos escénicos. Pero la identificación de cada uno llama demasiado la atención, tanto, que en ocasiones se pierden las conversaciones por tratar de adivinar quién es la persona detrás de las prótesis faciales.
Algunos producen risa, por sus impecables interpretaciones que en algunos casos son hasta travestidas. Hanks, que ya había hecho la múltiple personificación en El Expreso Polar, aquí demuestra otra vez su excelencia frente a las cámaras. Pero su esfuerzo se pierde en la confusión de las eras, los maquillajes y los vestuarios, todo de irreprochable calidad.
Con casi tres horas de duración, Cloud Atlas emplea las dos primeras en establecer las bases para establecer puntos de conexión a lo largo de los años de todas sus historias. Con un ritmo pasmoso y enfadosamente lento, se van presentando los enigmas a cuenta gotas, para que al final puedan ser desentrañados todos los enigmas y cada una de las aventuras se resuelva con una explicación satisfactoria.
Pero queda una sensación de empleo deficiente de recursos. Los Wachowski, cerebros detrás de esta gigantesca película, no consiguieron aglutinar todos los elementos, como lo hicieron en la ya histórica trilogía de Mátrix. Fallaron en su pretensión de mostrar el nuevo cine de la nueva era, con un discurso más elaborado y tendiente a la reflexión.
Aunque todo es grande y suntuoso, Cloud Atlas no tiene la talla para convertirse en un clásico moderno, como era su pretensión.
El Señor de los Anillos, Harry Potter, Narnia y demás franquicias han conseguido trascender por su discurso sencillo, dirigido a un público juvenil que las compró por su espectacularidad y la empatía que generaron sus héroes en problemas bastante humanos, aunque de cimiento fantástico.
Es complicado hermanarse con Cloud Atlas. No hay una afinidad evidente con nada en su discurso. Enfocada en el público adulto, con violencia gráfica y erotismo explícito, se queda atorada en su pretensión de deslumbrar, lo cuál consigue bastante bien.
Pero no trasciende su propia filigrana.
Definitivamente no es para todos los gustos. Y hay que ver con mucha atención cada escena para conseguir que los cabos puedan ser atados al final del show.