Anna Karenina es una bella mujer que integra una familia unida. Su esposo es un modelo de rectitud, aunque distante, y es una madre consentidora. No puede pedir nada más esta mujer que transcurre sus días al frente de un hogar perfectamente cohesionado y gozando de la aprobación de la sociedad, que la adora.
Hasta que un día, en un largo viaje, Anna conoce a un joven militar que le cambia la vida. No sabe cómo ocurrió el flechazo. Solamente un mal día se asomó al precipicio y cayó en él.
El magnífico Joe Wright recurrió de nuevo a su musa, Keira Knightely para interpretar a la mujer más conocida de la literatura rusa, en la obra inmortal escrita por León Tolstoi.
En esta ocasión, afortunadamente, el realizador británico le da un giro a la tradicional historia ubicada en la Rusia imperial del siglo XIX.
Combina con eficacia largos pasajes montándolos en escenarios teatrales, para ofrecer una perspectiva surrealista del drama. La jovial ama de casa, se convierte en una mujer desquiciada al conocer las delicias de la pasión y el vértigo de la infidelidad, con un hombre que le jura amor y le da el fuego que su pasivo marido le niega.
Pero de pronto la acción cambia a un escenario de la vida verdadera, donde ocurren también tragedias, y donde Anna debe enfrentar las consecuencias de su desafío moral a la sociedad.
En estas capas de realidad superpuesta, en un juego de niveles de percepción dentro de la historia ficticia, se mueven los personajes hacia una segura colisión que augura numerosos damnificados.
La novela hace enredos pasionales, como en una tragedia griega, donde los integrantes de un círculo social y los seres interconectados dentro de la misma familia se aproximan y se desencuentran en líos afectivos y amorosos.
Ana se adentra en terrenos pantanosos. La pasión la ha cegado. Lo que parecía una aventura que la hacía sentir viva, se convierte en un infierno. La lectura moral sobre las consecuencias del engaño se sobrepone a todo el discurso. La mujer sigue su vida en traspiés, mientras se encuentra con el reproche entero de la sociedad.
En el mundo que se destruye a su alrededor, nadie puede auxiliarla.
La historia es una gran muestra de suntuoso decorado. Los escenarios son inmensos y el vestuario un derroche de elegancia y verosimilitud. Wright se ocupó en dar detalles precisos al arte dentro de Anna Karenina.
Knightley es una gran actriz que aquí luce demasiado moderna. Aunque se esfuerza por entenderse con el carácter enérgico que en el libro demuestra la protagonista, aquí es una dulce dama de sociedad, muy coqueta, demasiado bella y decididamente débil.
Acorde con la teatralidad, hay un interés por demostrar cómo la mujer está cansada de las apariencias. En una sociedad consumida por su propia hipocresía, en un ambiente irrespirablemente falso, ella congela una sonrisa al principio, pero termina liberándose del antifaz.
Paga Anna un precio muy alto. Las circunstancias la encajonan y terminan por aplastarla. No puede sobrevivir a su propia libertad. Pero el juego que hace Knightley como actriz esta desfasado con su personaje. Aunque hay tragedia y sufrimiento, la chica luce demasiado cómoda, en una inexplicable imposibilidad para transmitir profundidad emotiva.
En esas evidentes contradicciones, la cinta trascurre en una fiesta de color y artificio, con una anécdota clásica, pero con un cuadro actoral que ofrece mucho menos de lo esperado, comenzando con la protagonista.
Anna Karenina es un interesante giro a la obra inmortal de Tolstoi.
Vale la pena por su original presentación y por el empaque suntuoso.