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Un gigoló mexicano

17 de mayo de 2017 por Luciano Campos Garza

En Cómo ser un latin lover, Eugenio Derbez se convierte en una especie de Alfonso Zayas del nuevo milenio, dentro de una cinta que bien pudo haber sido producida en México, durante la década de los 80, en la época de las sexycomedias.
Pero en lugar de que, como en aquellas antiguas producciones, aparezcan chicas en diminutos bikinis, es Derbez quien aquí enseña un físico poco agraciado, con un propósito evidentemente cómico. Vejestorio y holgazán, él mismo se convierte en un patético objeto del deseo para un selecto grupo de ancianas millonarias que buscan amantes que se comporten como mascotas.
La superficial clase alta estadounidense es un buen escenario para que se desenvuelva este bufón venido a menos.
Presentada como una anécdota juvenil, la cinta es el lanzamiento estelar en Estados Unidos de Eugenio Derbez como comediante. Ya había cautivado al público latino con No se aceptan devoluciones (Instructions not included, 2013), aunque esa vez mezcló algo de risas con mucho drama, una combinación que resultó un taquillazo.
Ahora se confirma como el histrión más popular que exporta la televisión mexicana. Y su público meta allá será, obviamente, la raza, la población latina que lo adora.
La premisa es microscópica y anticipadísima: Derbez es Máximo, un vividor latino que, luego de 25 años de relación con una anciana, es echado a la calle por otro hombre más joven. En la inopia absoluta, se refugia en la casa de Sara (Salma Hayek) su hermana viuda, que tiene un hijo pequeño Hugo (Raphael Alejandro).
El grueso de la cinta se llena con las peripecias del inútil invitado, y los esfuerzos que hace por acoplarse a un hogar que le es completamente desconocido.
De su anterior oficio de gigoló se habla muy poco. Para incorporar elementos divertidos en el guión, el lover le transmite al sobrino algunos trucos de su ocupación infame aunque, lo que realmente importa es cómo se siente bien formando una familia.
El mexicano se presenta en la pantalla grande, una vez más, con las manías que se le conocieron en la pantalla chica. Se expresa como Eloy Gamenó, Ludovico P. Luche y, en ocasiones, como la voz del Burro de Shrek. Su tremendo carisma funciona con humor violento y chistes físicos, aunque batalla para despojarse del traje que se colocó por años en Televisa, cuando hacía el show Derbez en Cuando.
Cómo ser un latin lover sigue la fórmula que tiene bien ensayada Adam Sandler. Derbez, como productor se rodea de nombres reconocidos. Algunos de estos actores tienen papeles secundarios y otros son únicamente transeúntes.
Tienen participación Raquel Welch, Michael Cera, Rob Lowe, Kristen Bell, Omar Chaparro y Vadhir Derbez.
Subactuada, Hayek desempeña el papel a la ligera, sin exigirse, como si participara en un sketch de Saturday Night Live. En lo que parece ser la gran escena, se emborracha con tequila, y canta y baila con un sentimiento muy mexicano.
A cuadro, se le impone a Derbez y hasta parece que lo toma como ahijado, animándolo a desinhibirse en las escenas que comparten. Se percibe la buena química que hay entre los amigos mexicanos que irrumpieron venturosamente en Hollywood, con unos 20 años de diferencia, pero que se sienten muy cómodos trabajando juntos.
Como productor, en esta película Eugenio sigue la exitosa fórmula de Adam Sandler: arma sus propios proyectos, los estelariza y se rodea de actores conocidos, a los que les da partes reducidas. Los cameos siempre funcionan. Pero también presenta una historia muy pequeña, en las que les apilan, uno sobre otro, diálogos divertidos. La ecuación es altamente redituable.
La cinta es ligera y superficial, muy sencilla en su temática. Más que por la producción en sí, funcionará por la excelente campaña publicitaria que armaron sus atractivos protagonistas y que mueven a echarle un vistazo al mexicano, enfundado en un traje de baño de calzón, moviendo ridículamente el trasero alrededor de una alberca, entre personas vestidas de etiqueta.
No hay desnudos y el humor tiene algunas alusiones escatológicas. En la lectura final, hay una antimoraleja: ser un estafador de ancianitas millonarias es bueno, divertido, te conduce a la abundancia y hasta ayuda a que tus familiares conquisten sus más anhelados sueños.

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