
Everest provoca escalofríos.
La historia presentada por el realizador islandés Baltasar Kormákur enseña un brillante manejo de recursos técnicos para filmar en locaciones reales y extremadamente hostiles, en la montaña más alta del mundo, a donde acceder se convierte en uno de los retos más extremos y peligrosos.
Con un supercasting de ensueño, lleno de presencias que son, en su mayoría, de pequeños papeles, Everest es una costosa producción de aventuras, dramas y terror en la nieve, con una propuesta que se ciñe a los cánones del cine tradicional, en una jornada de supervivencia en medio de circunstancias terriblemente adversas.
Manejada en su inicio con un tono documental, luego de acción y, finalmente, de desastre, la cinta se apega al relato que vivieron los expedicionistas que en 1996 emprendieron el ascenso que se convirtió en una monumental tragedia, por la feroz tormenta de nieve que los sorprendió en lo alto, provocando estragos en el grupo.
Rob Hall (Jason Clarke) capitanea al grupo de aventureros que llega a Nepal, emprende los preparativos y mentaliza al grupo. Luego inician el ascenso a la gloria. La meticulosidadad en las explicaciones, que remite a un excelente manejo de la temática, aporta la dosis de verosimilitud necesaria para tomar en serio lo que también puede pasar como una simple película de acción en lo alto de una cumbre nevada.
Kormákur plantea una película con inteligencia, vista desde múltiples planos. La tensión surge, desde el inicio, con paisajes de alturas vertiginosas y abismos de profundidades escalofriantes. El hermoso paisaje augura la tragedia.
Los personajes son variados y pintorescos: un millonario que busca encontrar sentido a la vida; un cartero, que quiere cumplir la hazaña para comentársela a unos niños; una mujer que busca conquistar su cima más importante; un guía de gran corazón que hará todo por regresar a salvo a la tropa.
Todos ellos son intrépidos, con una audacia a toda prueba, como se requiere para asumir el reto del Everest. Sin embargo, aún el más temerario de los seres humanos, debe conocer sus límites y apelar siempre a la prudencia. Algunos de estos muchachos, desoyeron consejos, lo que significa que le faltaron el respeto a la montaña. Y el precio que pagaron fue el más alto.
Impresiona el manejo de un casting numeroso y la recreación de escenas complicadísimas, que se hicieron posibles, por digitalización. Sin embargo, la atmósfera infernal creada en las alturas es tan real que produce escalofríos y una intensa sensación de gelidez.
La cinta maneja los extremos emocionales. Por un lado, provoca, de inicio, una gran envidia, porque los montañistas están viviendo la odisea de su vida, con la adrenalina al máximo, junto a un líder profesional, el más capacitado para conducir grupos en ascenso. La apuesta es segura. O, por lo menos, lo parece.
Pero luego, también, proporciona un gran alivio por no formar parte de la expedición, entre personas que, inexplicablemente, buscan meterse a una enorme travesía de sufrimiento, en busca del éxito, que es estar parado en el punto más alto del planeta. Y sólo eso.
En contraposición a todo, la historia da crueles saltos especiales entre el sufrimiento en la montaña, y la gratísima y añorada calidez del hogar. Mientras los alpinistas luchan por sobrevivir en el punto de congelación y sin esperanza, la cámara lleva la acción a sus casas, donde están sus familias habitando plácidamente y llevando vidas normales.
Clarke sigue posicionándose como presencia de moda, luego estelarizar, recientemente, Terminator Génesis y El Amanecer del Planeta de los Simios.
Everest es una gran opción en este otoño. Extremadamente tensa, pero muy emocionante.