
La personalidad de Tonya Harding es fascinante: es una bella y virtuosa patinadora sobre hielo, con nivel olímpico, que vive en un estado permanente de crisis moral, en el que no sabe distinguir entre lo correcto y lo equivocado.
Y en el fondo de sus traumas, dueña de su corazón y de sus miedos, generadora de todas sus angustias, está su monstruosa madre, LaVonna Golden, una dama que le forjó una voluntad inquebrantable pero, también, una prosopopeya tendiente a la destrucción. Todo lo que la chica hace es para prosperar, sin que importe el medio a través del que lo consigue.
En Yo, Tonya (I, Tonya, 2017) Margot Robbie se muestra impecable en el papel de la chica genio de la pista helada, que crece afectada por un entorno familiar tóxico, sin figura paterna, atormentada por una zozobra emocional constante y forzada por un deseo irrefrenable por alcanzar las mejores notas de sus mentores.
Junto a ella se encuentra Allison Janney, que interpreta con maestría a la nauseabunda mamá que, en el nombre de la perfección, atormenta a su hija. En ese juego perverso de intenciones simuladas, dice que anima a su hija a buscar la excelencia buscando el progreso de sus evidentes dotes artísticas aunque, en realidad, únicamente alimenta su vena sádica.
Basado en el guión original de Steven Rogers, el director Craig Gillespie utiliza toda esta amalgama de adefesios espirituales para crear una película que es brillante y grotesca. Con un formato de falso documental, convierte una historia lamentable, sobre un talento desperdiciado, en una comedia de humor cáustico, que emplea la decadencia personal para exponer cómo algunas personas, en el estrellato, pueden ser francamente patéticas.
La nueva generación desconoce el caso de Tonya, quien fue materia de tabloides en 1994 cuando, en una decisión tan estúpida como malvada, increíblemente contribuyó a un plan para lesionar en una rodilla a su competidora en el equipo estadounidense de skating quien, en su sique torcida, amenazaba su ascenso olímpico.
El episodio fue su ruina. No se sabe si ella ordenó la agresión pero se comprobó que, por lo menos, estaba enterada del complot y por ello fue despojada de sus títulos y vetada para siempre del patinaje profesional. Pese a su participación en el hecho, Gillespie la retrata como una víctima. Aunque pudo brillar por sus preciosas piruetas en patines, tristemente será recordada como una perra violenta.
La película se concentra en explicar cómo es que Tonya llegó a ese punto de quiebre en el que no supo valorar con atingencia decisiones que afectarían irremediablemente su futuro. Resulta que, como se explica, la pobre chica no tenía cimientos de decencia. Fue terriblemente manipulada de niña y de adolescente por una madre abusiva y por un marido inescrupuloso, al que unió su vida para continuar victimizándose, en un ocaso de patología mental, digno de estudio. Creció convertida en eso que llaman en su país, basura blanca.
Constantemente reñía con su entorno. Los patinadores de su comunidad no la aceptaban porque, desde pequeña, era conflictiva. Cuando creció, sus compañeras señoritas también recelaban de su trato. Igual que talentosa, era desgarbada. Pero, aunque sus desplantes eran insoportables, ella era resultado de una exposición permanente a los malos tratos. Con otras guías, distintos ejemplos, pudo haber caminado por la línea de la rectitud.
Yo, Tonya es una película vertiginosa y narrativamente agresiva. Relata, con vehemencia, la proclividad de Tonya a la acción, a las decisiones compulsivas, a la intolerancia a la frustración y a su temperamento permanentemente crispado, por su imposibilidad para aproximarse con una normalidad ética a las decisiones importantes en su vida. Espiritualmente lisiada, elegía caminos que constantemente la llevaban a problemas.
Desde el titulo, hay un deseo de aceptación. La patinadora quiere ser reconocida, querida, disculpada, aunque ya nada tiene remedio. Su vida pública es un asco ahora. Su carrera dio tumbos, luego de varios divorcios y un paso fugaz por el boxeo profesional, en el que se presentaba como fenómeno de circo, más que como seria contendiente.
Y al final queda el testimonio de una vida singular. Una mujer que nació con estrella, pero que acumuló suficientes desgracias, como para ser reconocida mundialmente por los peores motivos.
Es una interesante cinta para adultos, que muestra con absoluta nitidez los contrastes permanentes de un alma desorientada que no sabe hacer el bien.