
Inferno es el nuevo laberinto en el que se mete el académico Robert Langdon para desentrañar, por tercera ocasión, una trama que amenaza con destruir los pilares que sustentan la humanidad.
Una vez más, el simbólogo norteamericano juega al gato y al ratón para recorrer varios países en busca de pistas que lo llevan a resolver acertijos consecutivos, que lo conducirán a una enorme revelación.
Ya lo había hecho en las exitosísimas El Código Da Vinci, y Angeles y Demonios, basadas, como ésta, en libros del taquillero Dan Brown.
En su papel de Langdon, Tom Hanks es una especie de Indiana Jones urbano, que sabe absolutamente todo sobre pinturas, historia, mitología religiosa, rumorología y todas las ciencias y charlatanerías relacionadas con el más allá y el más acá.
Las cintas previas de la franquicia habían estado plagadas de situaciones inverosímiles. En esta aventura infernal, Brown y el director Ron Howard llegan demasiado lejos. Su protagonista no solo es experto multitask, sino que, además, es un aventurero con más vidas que un gato, que enfrenta sin titubear a una mafia internacional y que, además, tiene habilidad de escapista y equilibrista, como ya lo había demostrado con anterioridad.
En esta ocasión Langdon se entera de un complot para aniquilar, en cuestión de días, la mitad de la población del planeta. Un fanático futurólogo decide que en algunas décadas la Tierra se sobrepoblará y todo, de algún modo, terminará en una catástrofe malthusiana.
Por ello, cree necesario despresurizar, desde ahora, el crecimiento demográfico y para ello, debe apresurar una eliminación masiva de personas alrededor del orbe.
Si bien es difícil aceptar la teoría purificadora, como motivo para el exterminio, más complicado aún es reconocer como posibles todas las situaciones que se presentan en el camino para conseguir que Langdon se involucre en la trama y encuentre las pistas para destruir la conjura.
Se convierte así, Inferno, en un videogame para los intelectuales, y un repaso de La Divina Comedia, que será la delicia únicamente para los fans de una de las obras mayores de la literatura universal, citada por muchos, pero conocida por pocos.
El repaso por los museos puede entusiasmar a los aficionados del arte que se interesan por invaluables obras pictóricas, escultóricas, arquitectónicas. Para Brown, todas tienen detalles que pueden ser percibidos por el experto. Allá, en una esquina de una enorme pintura, está una inscripción perdida que le dará la pista para desentrañar el misterio. Langdon tiene un olfato sobrenatural para conocer las intenciones de los enemigos de la humanidad.
Hanks actúa a medio gas. Como si supiera que el trabajo en el que participa careciera de suficiente fondo creativo, hace una interpretación sin intensidad. Corre y escapa, pero no se ve en su mejor forma histriónica, ni en el despliegue de su máxima capacidad, como lo ha hecho en sus trabajos clásicos, desde Forrest Gump hasta Capitán Phillips, entre muchos otros.
La cinta se concentra más en el despliegue técnico, con una banda sonora electrónica y ominosa de Hans Zimmer, siempre efectivo, y una impecable fotografía de Salvator Totino, con aliento turístico, en escenarios exóticos e impresionantes galerías.
A falta de historia, Howard incorpora elementos de digitalización para proyectar escenarios catastróficos, efectivamente dantescos, en los que se puede ver inmersa la humanidad, si se consuma el complot de los chicos malvados. La pirotecnia alcanza para provocar sorpresas durante los primeros minutos, pero la oquedad en la trama, termina por afectar el resultado.
Ni si quiera el giro tipo Scooby Doo del desenlace consigue rescatar una película que debió ser enviada, directamente, al mercado del video, como una secuela menor de una saga literaria seguida por millones.