
Cuatro veinteañeras bellas, desinhibidas y exasperantemente insolentes, se mudan a una casa solariega, que le ha heredado, al fallecer, la anciana tía a una de ellas. La única condición para que ocupen la lúgubre mansión es que cuiden al misterioso gato Becker.
Pero las chicas subvierten el mandato, y las presencias del más allá regresan a imponer el orden.
La premisa de Más negro que la noche es muy antigua. Esta versión del 2014, dirigida por Henry Bedwell, es un remake de la producción homónima escrita y realizada por Carlos Enrique Taboada, en 1975.
El nuevo tratamiento del clásico de terror es anunciado como la primera cinta mexicana hecha en 3D y está diseñada para arrancar sustos y gritos.
La versión gótica del nuevo milenio es un intento por emular las cintas norteamericanas de terror dirigidas a los adolescentes. Sé lo que hicieron el verano pasado (Gillespie, 1997), es un buen paralelo.
Las chicas de ahora son de carácter pesado. Todas son unos bimbollos muy mal portados. Zuria Vega, en el papel protagónico, está al borde de un ataque de nervios, sin expresar emociones. Ona Casamiquela, pretendió reencarnarse en Penélope Cruz, con todo y el acento ibérico sensual. Adriana Louvier actúa con un permanente pasmo de telenovela. Eréndira Ibarra reprime sus deseos conversos, pero siempre está pronunciando palabrejas.
Aparece Miguel Rodarte, en el papel de cretino
darketo, sin quehacer, que le sienta bien. José María Torre es el salaz novio de Zuria.
Todos maldicen. Abundan expresiones de: Qué pedo, carajo, chingado, cabrón, pinche. Chicos y chicas saben que hay una presencia sobrenatural en la casa, pero no se deciden a aceptarlo.
La tía ha muerto, pero permanece como una presencia omnipresente en la casa, a través de un cuadro intimidante que todos ven en el recibidor. Quien le sobrevive es su ama de llaves Margarita Sanz, subactuada, caricaturizada y con una horrible peluca, mal pegada en la cabeza. Ella es como una autómata vestida de negro, que sabe que la patrona muerta deambula por las alcobas.
Hace cuatro décadas, Taboada apostó a hacer una cinta de atmósfera oscura. La época lo permitía, porque había ingenuidad en el cinéfilo que se involucraba en la trama a través de la sensación sobrecogedora de la asfixiante mansión encantada.
Los jóvenes, ahora, ya no aceptan eso. Dentro y fuera de la pantalla se ríen de los aparecidos. El recurso que usa la producción para darle sentido a la historia es la manipulación del relato, con
sobresaltos permanentes y gratuitos.
Cuando la historia empieza a dormitar, aparece un rostro horripilante, un cuerpo ensangrentado. La historia no avanza y, de pronto, hay un grito desgarrador. No pasa nada, las imágenes grotescas fueron sólo un sueño, pero hay que mantener el interés y no dejar que decaiga la expectación.
Si languidece la acción, las chicas escuchan en los pasillos una voz de ultratumba que murmura el nombre maldito: Becker.
La banda sonora sobrecargada lo inunda todo con una insistencia de tubas, trombones, música de viento. Pero también hay espacio para la modernidad. Las chicas arman un reventón de música electrónica en el caserón. Hay decenas de chavos embriagándose y bailando, que desaparecen de sus vidas al día siguiente.
Los muchachos no tienen deberes ni responsabilidades. Ni siquiera parientes. Parece que, por carecer de un entorno social, están condenados a vivir en la mansión de los espantos. No salen al cine, no se desestresan. Nada de eso. Gozan con el asedio de los espíritus chocarreros. O eso es lo que parece.
Las muchachas deciden no irse. Ya se sabe en que termina la historia. En una noche de vientos infernales ocurre la fatalidad. Becker y la tía malvada, ayudados por el demonio, atormentan a las chicas y a sus galanes.
La película, que llega muerta al epílogo, se vuelve a morir en el doble final, que aparece sorpresivamente a la mitad de los créditos. No está claro si Bedwell decidió provocar un espanto último antes del cierre, o si quiso entregar un momento de relax, con la escena risible, para que el relato no fuera tomado en serio.
Pobre Carlos Enrique Taboada. En el 2007 le desgraciaron hasta el Viento tiene miedo, protagonizada por Martha Higareda. Ludwika Paleta no tomó el marro, pero sí hizo pedazos la estatua de Hugo y el mito genial del monolito que cobraba vida, con el desastroso remake de El Libro de Piedra, del 2009. Y ahora, Más negro que la noche.
Qué manera de desgraciar la tricología de terror más conocida del cine mexicano.