
En 50 Sombras de Grey, el libro y la película se merecen uno al otro.
Los dos fueron elaborados con escasa creatividad, van dirigidos a un público poco exigente, y explotan, ingenuamente, como mayor aportación creativa, la exhibición íntima de un hombre perverso y una jovencita virginal.
Con una producción de mediano alcance, llena de glamour, la cinta apuesta todo a la sensualidad de una impecable fotografía, que muestra momentos ardientes de una pareja, pero sangra mortalmente por las soporíferas actuaciones.
La aventura de la angelical Anastasia Steele, seducida por el joven y millonario enigmático Christian Grey, se convirtió en un fenómeno de ventas literarias, al ser promocionada como erotismo para amas de casa.
El relato en la novela de la escritora británica E. L. James es bastante simple, con la descripción de un romance rosa, entre un millonario y una ingenua estudiante, pero intersectado por ardientes escenas de alcoba, con el uso de juguetes de placer y una relación sádico-masoquista. Es, el conjunto, una especie de historia de Cenicienta, con pasajes pornográficos.
El relato directo y sin complicaciones, generó la delicia de los lectores, principalmente mujeres, que accedieron a una historia que se lee rápido, en un mundo aspiracional y que, además, es una moda en todo el mundo. Conocer la historia de Grey es lo in.
La conversión del libro a la película es exactamente lo mismo. La guionista Kelly Marcel hace una fiel adaptación, recreando a detalle la atmósfera íntima, enigmática y suntuosa, en la que vive el retraído magnate, con coches de lujo, helicópteros particulares y suites imperiales.
Sin embargo, la cinta, al igual que el libro, es una repetitiva colección de encuentros íntimos, en los que, fuera del intercurso, ocurre muy poco. Toda la historia transcurre entre los alardes de poder pecuniario de Mr. Grey, que hace regalos imposibles a su nueva conquista, y los intentos de los dos por encontrar un punto medio para interactuar como una pareja armónica.
Ella es una estudiante de literatura que no sabe que quiere en la vida. Él es un tipo atormentado por su oscuro pasado. La vida de los dos cambia radicalmente al conocerse.
Esa es la base argumental simple. Y por supuesto, todo, aderezado por momentos de tensión erótica y algunas sesiones entre un dominador y una sumisa, que provocarían indignación al Marqués de Sade por sus burdos escarceos pervertidos.
Dakota Johnson y Jamie Dornan son la representación perfecta de Anastasia y Christian. Así los describe el libro. Pero cumplen el casting sólo por el fenotipo. Los dos enseñan una sensible carencia de talento frente a la cámara.
La parte del romance es tremendamente cursi. Son, los chicos, como dos adolescentes que descubren el amor, pero no consiguen ponerse de acuerdo por las extrañas filias de él y las fingidas fobias de ella, que, en su inexperiencia, quiere conocer absolutamente todo el repertorio sexual del galán, aunque se atemoriza cuando se acerca al fuego.
Las sesiones en la “sala de juegos”, están perfectamente iluminadas, con un score impecable de Danny Elfman, para hacer un ambiente sobrecogedor. Pero las actuaciones hacen que no se pueda generar un momento ardiente, como se busca, pues fallan, los muchachos, al representar convincentemente los refinados momentos para extraer placer de las prácticas más bajas de dolor y humillación.
A eso hay que agregar que Dornan reprueba en su primera gran asignación en el cine. Como Mr. Grey es soso y acartonado y no consigue alzar el vuelo para presentar las complejidades del excéntrico hombre de negocios. La agraciada fisionomía hace que constantemente esté en pose para promocionar un shampoo de caballeros.
Sus quebrantos son de telenovela. Se presenta ante la cámara sobreactuando, en modo de culebrón. O la directora no pudo sacarle más beneficio dramático, o las escenas claves las hizo sin inspiración o, tal vez, le faltan más años en el set.
Johnson, bella e ingenua, es un corderito que va al matadero. Todo el tiempo es una chiquilla intimidada por la supuesta personalidad arrolladora de su pretendiente. La mirada está entre la vampiresa adolescente y la monja que mira piadosa el altar.
La inmensa expectativa generada por la película es directamente proporcional a sus fallas dramáticas.
Este débil ejercicio cinematográfico, para llevar a la pantalla una relación al límite, hace que se agiganten cintas -del mismo tono, pero con excelentes hechuras- como El último tango en París (72, Bertolucci) o 9 ½ Semanas (86, Lyne) , protagonizadas, respectivamente, por los grandes maestros de la actuación Marlon Brando y Mickey Rourke.
Uno de los mayores atractivos de 50 sombras de Grey es comparar sus escenas con los pasajes del libro. Quien no lo haya leído, encontrará la película, por decirlo de una manera, no tan excitante.