
Cafarnaúm: la ciudad olvidada es una película visceral, simultáneamente brillante y atroz.
Cine universal, al alcance de todos los públicos, muestra cómo es la vida en un enclave de Medio Oriente, un planeta desconocido para Occidente. En Líbano, las clases desposeídas viven en un infierno cotidiano. El hacinamiento y la incultura generan una fuerza centrípeta en la sociedad, con tal intensidad que el progreso individual parece imposible.
En este territorio sin esperanza crece el pequeño Zain (Zain Al Rafeea), un chico de 12 años que denuncia en la Corte a sus padres. En el inicio de la historia, los acusa de haberle dado la vida, y le pide al juez que impida el próximo nacimiento de su hermano.
Pero acude al juicio esposado, pues se encuentra en prisión por haber cometido un crimen violento.
¿Qué pudo haber ocurrido para que este ángel maldiga haber nacido, qué hizo para que la justicia lo haya puesto tras las rejas?
Conocida en Beirut por su activismo político y de género, la directora Nadine Labaki presenta un fuerte pronunciamiento contra la civilización y el orden actual. Sin concesiones echa un vistazo a problemas globales como la migración forzada, abandono, pobreza, desintegración familiar, trata de personas. La producción parece un coro de antivalores.
Tal vez la mayor tragedia de Zain sea haber nacido inteligente y sensible. Con sorprendente madurez, fuera de su rol generacional, observa con estoica paciencia cómo el mundo le impide disfrutar su infancia. Él y sus hermanos no pueden ser niños, pues son obligados a hacer labores productivas en el tiempo que debieran dedicar a los juegos.
Hasta que ocurre una situación, al interior de la familia, que hace al pequeño tomar la decisión de largarse lejos. Al irse, simbólicamente, Zain se corta el apellido y decide emprender una nueva vida. Inconsciente de los peligros de la calle. se deja llevar por el azar. Se queda flotando en un mar de gente, náufrago en la ciudad, en espera de ser rescatado por la casualidad.
Al mostrar el caso extremo del menor abandonado, Labaki pretende ser imparcial. Así es el mundo, dice en su discurso, que tiene un evidente propósito de denuncia y que busca llamar la atención de la comunidad internacional. Pero también es cruel, al exponerlo a una agonía permanente. Despiadada, obliga al niño a hacerse cargo, a tan temprana edad, de un bebé, que le ha sido dejado por una mala jugarreta del destino. De esta forma, deambulando por calles llenas de gente indiferente, el pequeño se convierte en una versión libanesa de Seita, el atribulado adolescente de La Tumba de las Luciérnagas (Hotaru no haka, 1988), que reta al mundo, pero termina devorado por una realidad que lo supera.
La progresión dramática es como una escalada de angustias. El pobre Zain no tiene un solo momento de alegría. Su mala estrella lo conduce a estados de cada vez mayor desesperación, hasta que tiene que tomar una decisión radical que, cree, es la mejor para él y para el bebé. Pero la historia no le da tregua: cuando se supone que no puede estar peor, es abrumado por más y más cargas de tragedia.
Ahí, parado frente al juez, el niño se defiende con una argumentación cristalina, limpia de prejuicios. Sus padres, avergonzados e incrédulos, se preguntan cómo es que la familia llegó a los tribunales. ¿Fueron ellos unos monstruos, al tomar las decisiones que orillaron al niño a tomar la calle? ¿Se justifican sus actos, pensando que pretendieron beneficiar a la familia? A fin de cuentas, como sugiere Labaki, ellos no hacen más que repetir patrones aprendidos. Se adivina que su línea de vida fue también la de su chico, marcada por déficit de momentos felices.
El debutante Zain Al Rafeea ofrece una de las interpretaciones más poderosas del 2018. Su caracterización de niño paria permite observar, con asombroso realismo, el drama de los niños de la calle en una región permanentemente inestable. Sirio de nacimiento, el actor es un refugiado que escapó de la guerra hacia Líbano. Sin formación actoral, era un niño iletrado al momento de la filmación. Ahora ya va a la escuela en Noruega.
Cafarnaúm: la ciudad olvidada habla de la miseria espiritual y social.
El niño lleva a juicio a sus papás, pero también a toda la humanidad que, parece, ejerce la solidaridad únicamente en discursos pronunciados en los foros de Naciones Unidas.