Tuvieron que pasar más de 10 años y dos intentos frustrados para que, finalmente, un cuartero de proscritos llamado Molotov pudiera pisar tierras reynosenses.
La noche del 10 de junio, un galerón que hace las funciones de arena de lucha libre, fue el escenario de una explosión de pasiones acumuladas durante los años de sequía de conciertos, tocadas y concentraciones masivas, donde no importa quién sea el que está arriba del escenario… lo fundamental es saltar, cantar y vivir.
Porque para estos cientos de jóvenes, los espectáculos que se ofrecen en los antros de moda, con grupitos que no tienen más que ofrecer que malísimos covers de Paulina Rubio y otros artistas plásticos, no son suficientes para saciar un hambre musical que sólo sabe bien cuando está aderezada con estridentes acordes de guitarras eléctricas y los caóticos redobles de una batería.
Sólo una alegría como la del pasado 10 de junio, hizo posible que tribus urbanas como emos, punks, fresas, metaleros, reggetoneros y uno que otro perdido que estaba en el concierto porque no tenía nada mejor que hacer, pudieran convivir en paz e incluso fundirse en un abrazo alentados por los acordes de la Cuca, Guns N’ Roses y Metallica, que sirvieron de preludio al arranque concierto.
Quizá era la vibra del ring que se encontraba a unos metros del escenario, pero esa noche la arena fue testigo de una batalla campal en la que nadie quería golpearse o hacerse daño, pues las reglas del slam prohíben a sus participantes agresiones premeditadas. En pocas palabras, todas las patadas son en buena onda.
Durante más de cuatro horas, los testigos de esta explosión de pasiones gritaron, cantaron, sudaron y gozaron, alentados por los ríos de cerveza que fluyeron sobre la arena y hasta por la curiosa “nube de la paz” que podía sentirse en el ambiente.
Sólo en una noche como la del pasado 10 de julio podría ser posible que el mohawk de Alan lo convirtiera en una especie de mini celebridad, pues a lo largo de la noche, no faltó el perfecto desconocido que se le acercó para tomarse una fotografía.
¿O acaso alguien dudaría que ha existido un mejor momento para que Tupac permita que su cabellera en libertad se convierta en un furioso látigo de fuego amarillo que azota contra el aire una y otra vez?
Quienes estuvieron presentes esa noche, nunca podrán olvidar que durante un par de horas y gracias a un par de canciones, tomaron conciencia que algo está funcionando muy mal en este país pues cada día es más la “gente que vive en la pobreza, (y) nadie hace nada porque a nadie le interesa”.
Cuando el concierto acabó y todos salieron de este recinto que volvió a convertirse en una arena de lucha libre, nadie podía borrar de sus rostros una sonrisa de satisfacción pues se les habían cumplido sueños como el de Jessy, cuyo cabello nunca se había visto más amarillo y rosa sino hasta que fue iluminado por las luces del escenario, o del pequeño Miguel quien aunque no tiene edad ni para tener credencial de elector, ya sabe lo importante que es el “voto latino”.
Es más, fue tanta la alegría que a Ori no le importó que un gorila le cerrara las puertas del paraíso, sin saber que al hacerlo estaba despojando al respetable de una danza tan memorable, que hubiera sido la envidia de la mismísima Salomé.
La noche del 10 de julio todos los que estuvimos en el concierto de Molotov celebramos como niños en Navidad… sólo que en esta ocasión la fiesta se nos dio en plena canícula.