Brendan Fraser y sus amigos tienen que luchar contra otra momia, pero el escenario cambia de Egipto a China. Los dos son destinos exóticos y apropiados para vivir otra de sus grandes aventuras.
La Momia: La Tumba del Emperador Dragón es el mismo movimiento cinematográfico de gran presupuesto, con la misma fórmula y con el objetivo de entretener.
La serie ahora se ubica en el país conocido como “el gigante asiático”, donde se desarrollan las olimpiadas de 2008, y que ahora acapara la atención de todo el mundo.
El arqueólogo Fraser –calca de Indiana Jones– vive con su esposa en su aburrido retiro. Un día les encomiendan una misión y, por vueltas de la bendita licencia cinematográfica, se encuentran con su hijo adolescente en China.
Ahí descubren una terrible revelación. Un malvado general ha traído a la vida a un emperador que miles de años antes había sido convertido en estatua por un abominable hechizo que lo había confinado a permanecer enterrado entre dunas.
El emperador, interpretado por el artemarcialista Jet Li, y sus guerreros de terracota vuelven a la vida y planean apoderarse del mundo… si los arqueólogos lo permiten.
Esta tercera entrega de la serie –que encabezó en sus dos primeras versiones Stephen Summers– tiene en el realizador Rob Cohen acción más rápida pero muy similar. Los efectos digitales, de primera calidad, son empleados para crear novedosos peligros.
Los chicos buenos tienen grandes aventuras por cielo y tierra, en la ciudad y en la montaña y tienen un encuentro con guardianes de la mítica ciudad de Shangri La, que es el destino del soberano maldito.
Aparecen por ahí otros personajes como un pandilla de Yetis, que ayudan al equipo de los arqueólogos, y una constante transformación del malvado emperador en monstruos atemorizantes que le aportan escasa emoción.
Fraser y Li lucen cansados y sus escenas de acción son bastante mediocres. Li ya no puede hacer las proezas físicas que exhibía hace apenas cinco años y sus participaciones deben de ser editadas de manera permanente.
Además de la exhibición de secuencias vertiginosas y toneladas de efectos especiales, la cinta tiene una historia de sustento endeble, casi inexistente. Los momentos cómicos no funcionan y los diálogos son rutinarios.
Con malas actuaciones –Bello no puede superar a Rachel Weisz–, falta de terror místico –los soldados de barro no atemorizan como las momias–, y con escenas de acción largas y desangeladas, La Momia III divierte, pero no aporta nada.