“Bajo la misma estrella” es un drama agridulce de enfermedades crónicas. Pero no es otra de esas cintas de enfermos que agonizan entre música de violines. Nada de eso. Esta es una bella historia de vida en medio del sufrimiento, de optimismo en las circunstancias adversas.
Los adolescentes encontrarán en la historia, basada en el bestseller homónimo de John Green, una gran lección de entereza en el peor de los escenarios.
Y disfrutarán grandes actuaciones de sus protagonistas, Shailene Woodley y Ansel Elgort que, aquí, con esta prueba histriónica de fuego, se convierten instantáneamente en estrellas y comandantes de futuros proyectos. Los dos ya habían trabajado juntos en
“Divergente”. Pero ahora tienen la oportunidad de acceder al Olimpo de los teen fans.
Dentro de su sencillez, “Bajo la misma estrella” tiene variantes interesantes. El film maneja muy bien la terminología de los pacientes de enfermedades crónicas. Se observa una prolija investigación de los términos médicos para confeccionar su drama ambientado entre mascarillas oxigenantes, sondas, camillas y jeringas.
Hazel y Gus son dos adolescentes enfermos, que se conocen en uno de esos grupos de autoayuda de enfermos cancerígenos. El flechazo es inmediato. Tienen perspectivas muy diferentes de la vida. Ella está condenada a cargar con un tanque de oxígeno. La prolongada lucha contra su padecimiento la ha convertido en un ser irónico y resignado. Él requiere de una prótesis para desarrollar su vida con normalidad. Pero es el muchacho más optimista y agudo. Su sentido del humor lo hace reírse de su propia discapacidad.
Los opuestos se atraen. Los dos llevan un cortejo basado en la amistad y una tierna intimidad emocional. Son guapos e inteligentes y, lo que es más conmovedor aún, se encuentran hermanados por la literatura.
El director Josh Green consigue, como si fuera un milagro fílmico, eludir las tentaciones del género. Se supone que los muchachos debieran mirar hacia el atardecer y enamorarse entre suspiros. Es lo que quisieran los adolescentes. Pero no. La cinta hace que, frente a la pantalla, surja el amor.
Con grandes actuaciones, los dos jóvenes se van transformando, unidos en la lucha por mantenerse vivos, y la amistad inicial cambia hacia un sentimiento más maduro que los une para contemplar un porvenir lleno de incógnitas. El destino cruel hace que la pareja perfecta no pueda ver más allá del día siguiente. Pero los chicos aceptan el reto, con la resignación de quienes se saben condenados, con escasas posibilidades para sobrevivir, aunque secretamente esperando un milagro.
Toda la historia es un inteligente triunfo sobre los clichés. Incluso, los momentos anticipados de dicha y sufrimiento, tienen una variante que los refresca.
En medio de todo el caos, la pareja libra una fiera batalla contra sus enfermedades, y consigue mantenerse siempre de pie, con entereza y dignidad, aun cuando el destino se esfuerce por alcanzarlos.
La jornada heroica de estos compañeros solidarios está llena de dolor. Pero hay algo en ellos que consigue hacerlo soportable. Más allá de unos padres amorosos, que los respaldan, son los chicos los que deciden arrostrar con valor la calamidad y consiguen arrebatarle a la muerte intensos momentos de felicidad.
Tiene momentos de humor que, sin embargo, generan una risa triste. Y también tiene momentos de tristeza que rompen el corazón.
Muchachos: aquí se demuestra que las chicas y chicos más atractivos son los amigos de los libros. La lectura es sexy.