
Frozen: el reino de hielo, la propuesta decembrina de Disney, continúa con los cuentos de hadas que tan bien sabe narrar la casa productora del Ratón Miguelito, con una excepcional exhibición de arte, en un escenario gélido y formal.
Concebida como comedia para niños pequeños, la cinta interpreta el cuento de Hans Christian Andersen, La reina de Nieve, y lo convierte en una fábula sobre la tolerancia y la aceptación, proporcionándole un toque tradicional con nobleza europea, castillos, desolación, encantos y mucho romance.
Llena de números musicales –tal vez demasiados– la cinta despliega una belleza visual sin precedentes, con una exquisita presentación de personajes de acabado muy delicado y paisajes polares espectaculares y finamente detallados.
Ana es una chiquilla que nace con el especial poder de convertir lo que desee en hielo. Ella está destinada a proteger a su impulsiva hermana Elsa.
Como jóvenes adultas, tras quedar huérfanas, deben aceptar sus responsabilidades al frente del reino. Ana, intimidada por la responsabilidad y temerosa de los efectos perniciosos de sus poderes, decide rechazar su encomienda de reina, lo que genera una serie de situaciones que pondrán a prueba su valor y el amor de su hermana.
Frozen retrata muy bien los temores de los jóvenes frente al futuro y la pesada carga que representa, para ellos, hacerse cargo de sus propias vidas. Ana encuentra que el don que adquirió de nacimiento le proporciona una habilidad que puede proporcionar a sus súbditos calamidades y desolación, en medio del hechizo de un invierno eterno. En el nombre de su pueblo toma la decisión de exiliarse.
En tanto, su hermana menor, impulsiva y deseosa de vivir, decide emprender una loca aventura romántica, que compromete su propia felicidad.
En esta ocasión, Disney presenta una historia bastante sencilla, respaldándose en las excelentes interpretaciones musicales y la deliciosa visualización. El nudo es muy simple y se resuelve, como se espera, satisfactoriamente.
Sin embargo, el film tiene el acierto de adentrarse en el lado oscuro del corazón humano, cuando un alma buena se llena de temores y responde con violencia a quienes pretenden ayudarla. Ofuscada por sus propios miedos, se defiende de las aproximaciones con agresivas respuestas.
En el trayecto de su complicada travesía al trono, la reina exiliada entiende que las personas deben aceptarse como son y aprender a controlar sus miedos y habilidades. Las características que hacen diferente a una chica, no necesariamente deben obrar en su contra.
La princesa, a su vez, experimenta, a través de una dura lección, que el amor es un sentimiento profundo que trasciende la atracción. La chica se lleva una amarga sorpresa cuando descubre la realidad detrás de su ensoñación y afortunadamente abre los ojos hacia la maravilla de encontrar a una persona afín.
Aunque la historia se parece a todas las de princesas de Disney, la va a disfrutar toda la familia.