Hay que celebrar Nosotros los Nobles.
La divertida moraleja para adultos rompe con la tendencia reciente del cine mexicano que se concentraba en hacer comedias para adolescentes. La sátira de la clase alta muestra una propuesta que, por lo menos, es diferente.
El gran valor que contiene esta historia de aprendizaje en la vida es que su anécdota es rápida, no se detiene, y sus personajes visiblemente se van deformando hasta convertirse, al final, en otros radicalmente opuestos.
En su ópera prima, el director y coguionista Gary Alazraki se anota un gran acierto con esta comedia de corte clásico sobre las vueltas del destino. En la rueda de la fortuna de México, los júniores que están encumbrados y con vidas parasitarias, de pronto son forzados a ganarse la vida, obtener recursos para no perecer de inanición.
Sin roce con la cotidianeidad ni experiencia en la calle, los jóvenes son peces fuera del agua.
La historia es simple, pero dinámica: Gonzalo Vega es un empresario viudo y millonario que tiene tres hijos inútiles, buenos para nada, Luis Gerardo Méndez, Karla Souza y Juan Pablo Gil.
Un día, el viejo decide dar un escarmiento a los muchachos indolentes y finge que se han quedado en la ruina y que son perseguidos por las autoridades. De esta forma, los cuatro van a vivir a una vieja casa en un barrio pobre, donde todos tendrán que ganarse el pan para subsistir.
Hasta que la farsa está a punto de ser descubierta, lo que implicaría el descubrimiento de un engaño que los hijos difícilmente podrían perdonar.
La película es divertida, pero no original. Se inspira en el guión de la película El Gran Calavera, dirigida por Luis Buñuel y escrita por Adolfo Torrado.
El título también es prestado. Remite a Nosotros los Pobres, el clásico de arrabal del cine mexicano dirigido por Ismael Rodríguez.
Sin embargo, su adaptación es festiva y ligera. Con un humor ácido, presenta una incómoda fotografía de los hijos de los plutócratas. No cuesta nada imaginar, en la vida real, los jóvenes irresponsables que en su búsqueda de satisfacción instantánea derrochan y atropellan.
La cinta muestra una imagen vergonzosa de los muchachos adinerados, con su ridícula manera de expresarse, sintiéndose dueños del mundo, pero impedidos para participar en él como actores productivos porque su padre ha decidido actuar por ellos y resolverles la vida.
En contraste rinde un homenaje a la clase baja. El pópulo sufrido nunca sucumbe a la presión de los adinerados. Además, dice Alazraki, en la pobreza hay mucha más dignidad, cariño y diversión.
Gonzalo Vega enseña que los años que ha estado lejos de las grandes producciones en la pantalla grande sólo han endurecido sus rasgos y reafirmado su gran personalidad. Como el patriarca, es un hombre maduro que ve cómo se le escapa el control de la familia, hasta que tiene que tomar una determinación que tendrá consecuencias.
La enseñanza es directa y obvia. Tiene sus momentos cursis, aunque se cuida de no apostar a la sensiblería.
Gary Aazraki no es Carlos Cuarón, pero si hay un acertado retrato de la pintoresca mexicanidad, una postal de un segmento de la población, como el de los ricos jóvenes, que, de manera permanente, mueve a la risa. Ellos creen que son envidiados por su posición, aunque todos en el país saben que están en el olimpo por gracia de sus padres.
Convertida en un fenómeno de taquilla, se prepara una segunda parte. Quién sabe si sea necesaria. Ya se verá si se hizo sólo para obtener más plata.