
La historia ocurre en una distopía, con jóvenes oprimidos en un régimen totalitario. Los muchachos deben someterse a pruebas físicas de riesgos mortales. En este mundo postapocalíptico, hay un intento de rebelión para recuperar la libertad perdida.
No es Los Juegos del Hambre. Es uno de sus clones denominada Divergente. Las similitudes son demasiadas e incómodas, y tienden a parecerse a las series que se amontonan, tratando de consolidarse como franquicias que convierten en millonarios a sus productores.
Tienen, las dos, como protagonista a una heroína inesperadamente intrépida, que es acompañada por un interés romántico dispuesto a dar la vida por ella.
Divergente, dirigida por Neil Burger, le da la oportunidad grande a Shailene Woodley para convertirse en estrella instantánea, tras su afortunada incursión en Los Descendientes, de Alexander Payne.
La cinta es una extravagancia muy parecida a otras con un tema recurrido del futuro del mundo transformado por una guerra fratricida. En un lugar arruinado, la vida ya nunca vuelve a ser igual y son los jóvenes los encargados de restaurar la normalidad y recuperar la libertad anhelada.
La diferencia es que tiene un gran presupuesto para llenar la pantalla con efectos especiales coloridos de neón y numerosas pantallas touch de plasma.
En este nuevo mundo, hay una ciudad amurallada porque la sociedad en cuestión se protege de una amenaza desconocida del exterior. Adentro, la vida comunitaria se divide en base a virtudes. Unos gobiernan, otros vigilan, otros cuidan, otros piensan.
Cada sector permanece segregado del otro.
Todas las personas tienen una característica en particular. Sin embargo, los llamados divergentes son especiales, por que gozan de más poderes y están habilitados para desarrollar habilidades que los colocan por encima de todos.
La sociedad les teme y busca eliminarlos, para que no instalen un nuevo orden.
En esta simple determinación del encasillamiento social se desarrolla la historia de la muchacha que es reconocida como una divergente y es, inesperadamente, llamada a comandar una contrarrevolución, en la que se desconoce quién manda y comanda.
La chica proporciona una imagen aspiracional, que puede cumplir con las fantasías de las adolescentes que quieren tomar el control de su vida e, incluso, impactar las de otros.
Este mundo es una exhibición más del ominoso big brother que anticipó Orwell y que replicó en show televisado la pasada década. Pero hay remanentes de la moda fascista, que pretende censar la vida de las personas a través del voyerismo opresivo.
Los muchachos de Divergente son perseguidos y vigilados de manera constante. Deben relacionarse y expresarse en las sombras. Su vida está constantemente amenazada, por factores al interior de su organización y por causas que ni siquiera pueden controlar, como los sabotajes o las asonadas.
Desafortunadamente, los pretendidos vientos subversivos que pretende levantar el inicio de la trilogía ya se ha visto mucho a través de la fórmula que se ha convertido en un cliché, que es repetido con escasas variantes.
Se han sentado las bases. Y toda la película inicial fue hecha para sentar un precedente. Se espera que los subsecuentes libros best sellers escritos por Verónica Roth ofrezcan una variable mucho más interesante y original.
Es entretenida, pero no ofrece nada nuevo.