
Disney regresa a los relatos de cuentos de hadas con Cenicienta, una adaptación del clásico cuento europeo, que la gran fábrica de sueños ya había interpretado en su versión animada en 1950.
La más popular de las historias de príncipes y princesas, es presentada en una gran producción de acción real, entregada para su ejecución al polifacético y siempre preciosista director irlandés Keneth Branagh, que hace su personal versión con resultados magníficos.
En la nueva versión no hay reinvención. Branagh se ciñe a la lectura ya conocida de la huérfana oprimida por su madrastra y las dos hijas de esta, que encuentra una luz a su vida asfixiante gracias a un encantamiento que le otorga un hada que la premia por bondadosa.
Todo lo que ya se sabe es presentado. El director visita todas y cada una de las estaciones de la vida y milagros de la desagraciada chica, con apego casi idéntico al cuento que la firma del Ratón Miguelito entregó a mediados del siglo pasado. No era necesario ningún cambio. La gran anécdota se cuenta sola.
Pero el resultado es fabuloso.
A diferencia de la tendencia reciente, esta Cenicienta se mantiene luminosa. Las nuevas producciones de Blanca Nieves, Alicia en el País de las Maravillas, Maléfica, y Hansel y Grettel, han sido oscuras representaciones para dar giros novedosos al mito y al estereotipo.
Afortunadamente, Branagh se apega a la historia original y muestra una producción de corte familiar, con una ingenuidad digna de las mejores propuestas que Disney entrega al mundo, para el entretenimiento noble y esperanzador.
Lily James fue perfectamente seleccionada para el papel de la desdichada chica, que es atormentada y orillada, casi al suicidio, por una familia malvada que la despojó de todo. El cuento contiene elementos conmovedores, con un marcado contraste en el inicio.
Ella, es el nombre de la niña que crece protegida por sus padres, amada como hija única en un matrimonio feliz y dichoso. Hasta que, repentinamente, el destino cruel decide hacer que ella quede sola en el mundo.
La miserable Miss Tremaine, se encarga de la atribulada chica. Cate Blanchet ofrece otra de sus grandes actuaciones con la malvada y caricaturizada madrastra, que tiene como objetivo hacer que la vida de Ella se vuelva un infierno. La maltrata, la humilla y, la final, pretende sabotearla para impedir su felicidad.
El giro freudiano ocurre cuando Cenicienta le pregunta por qué la trata mal. La señora furibunda responde: “Porque eres linda y decente, y yo…”, sale sin completar la frase y da un portazo.
Blanchet es tremenda en plan de villana. Es un reptil, que busca destruir a quien considera una persona mejor que ella, pero lo hace de una manera tan cómica y miserable que es digna de compasión. Pero antes, genera una animadversión absoluta, envuelta en bellos ropajes, deseosa de colocar en sociedad a sus antipáticas hijas, tan ruines como ella.
La cinta tiene una larga y deslumbrante gran escena, a la mitad. Branagh crea una atmósfera mágica de casi 20 minutos en el baile para presentar al príncipe. Hay una edición magnífica y un manejo de cámara que alcanza momentos de sublime expresión poética.
El final, tradicional y esperado, rubrica la gran hechura de Cenicienta.
Es un gran cuento de hadas, una presentación oportuna para que conozcan el clásico las nuevas generaciones.