
Star Trek: Sin Límites tiene, desde su título, una condena. Es tan genérico el nombre que anticipa que la franquicia no tiene, por esta vez, novedades qué aportar.
La aventura en la nave USS Enterprise, en su ya conocido viaje hacia la última frontera, relanza a la acción a la ya conocida tripulación que lidera el carismático Capitán Kirk, junto con sus valientes comandantes, Spock, Sulu, Scotty, Uhura y McCoy.
Más allá de la tersura visual, que agradecen los fans, la cinta sufre por la ausencia en el mando de J. J. Abrams, convertido ahora en productor. La dirección pasa al taiwanés Justin Lin que se había encargado de proyectos de la exitosa serie Rápido y Furioso, donde predomina el aparato sobre la profundidad.
Sin Límites tiene larguísimas escenas de destrucción, donde la producción se regodea en la exhibición espectacular de estallidos en el espacio, en combates llenos de luz y color. Los héroes enfrentan un enemigo desconocido, por lo que no saben cómo combatirlo y, mucho menos, derrotarlo. Desprotegidos, contemplan desde la ventana panorámica del puente del destructor flotante cómo impactan en el fuselaje proyectiles letales.
Aunque aporta lo necesario para hacer una propuesta taquillera exitosa, la historia se cicla en pasajes ya vistos y parece retroceder. A diferencia de sus antecesoras, que apostaban a una evolución en la excitante travesía fuera del universo conocido, esta desluce por menor presupuesto, acercándose a los capítulos de TV.
Los sets se ven modestos. Los dispositivos ya no parecen tan espectaculares. El trabajo de maquillaje y arte está inexplicablemente descuidado. Las cabezas son botargas y el maquillaje es plástico, poco convincente y falso.
Destruir el galeón espacial parece ser el gran evento, la apuesta última de la serie. Ya en la pasada entrega había ocurrido. Una vez más, la ciudad flotante, donde vive toda la tripulación, es objeto de ataque. Con dramática lentitud y con una crueldad lenta e inexorable, los enemigos terminan aniquilándola.
Todo parece perdido aunque, como ya se sabe, en Star Trek, siempre hay esperanza.
Resurge la legendaria capacidad de los jefes para superar problemas con inteligencia y valor.
La historia inicia con una paz absoluta. Kirk está a punto de ser promovido y busca dejar al mando del Enterprise a Spock, quien tiene problemas de pareja con Uhura.
Nada serio. Sulu ha salido del clóset y se sabe que tiene marido y una hija en común. Hasta que un día llega a ellos una misteriosa dama de aspecto alienígena que
demanda su ayuda.
Pero nada es lo que parece.
Los buenos muchachos caen en una trampa mortal, con un enemigo difuso, implacable, pero sin identificación. El antagonismo es poco atractivo. Activado a distancia, el peligro no tiene rostro.
Star Trek: Sin Límites honra el espíritu de la franquicia, con acción, ciencia ficción y mucho humor. Sin embargo, su propio espíritu innovador demanda cada vez mayor acumulación de emociones, con una propuesta audaz que no se asomó en esta secuela, luego de un relanzamiento de la serie en el 2009.