
Focus: maestros de la estafa es una producción desconcertante, que mezcla drama, intriga y comedia, con resultados muy irregulares.
La nueva propuesta de Will Smith de protagonista, es una gran jugarreta que apuesta todo a las sorpresas, en un entorno internacional, con lo que parecen ser cambios de lealtades y la traición permanente.
Si el honor entre ladrones es un truco recurrente entre estafadores, para romper las reglas y generar decepciones, en Focus la ética del bajo mundo alcanza momentos delirantes.
Nada es lo que parece, pero, al mismo tiempo, todo lo que se supone se anticipa terriblemente.
Aunque hay una gran producción, se busca proporcionar sobresaltos y sorpresas permanentes. Cierto, no se ofrece un solo respiro, pues constantemente los que participan en estos planes son personas que se arriesgan y que, parece ser, ni siquiera tienen la certeza de que pueden confiar entre sí.
El mundo de los ladrones, en Focus, parece ser un enorme caos orquestado, porque de manera permanente todos se están engañando, aunque queda siempre, el sedimento de una lealtad consensuada bajo decenas de capas de mentiras.
Smith es un timador profesional. Tiene un grupo de secuaces que se dedican, a nivel profesional, a dar golpes en pequeña escala. Caen en eventos y como plaga, cometen rapiña y trapacerías en objetivos caros: hombres adinerados, a los que les birlan carteras, relojes, joyas, tarjetas.
Todo se presta para obtener réditos.
Hasta que aparece una mujer fatal que complica el funcionamiento del equipo. Aunque tal vez llega para mejorarlo, o para empeorarlo. Quién sabe.
Lo cierto es que hay tantas apariencias superpuestas que los ladrones tienen que robarse y fingirse víctimas. Pero únicamente ellos saben sus trucos. El espectador únicamente observa cómo los delincuentes conviven con sus secretos bien guardados, pero no participa del juego.
En la pequeña trama, hay una primera parte que es la presentación de la estafa. Smith vive en lo que parece ser el Nirvana de los rateros: tiene una pequeña bodega a la que van a dar todos los productos del hurto y, con ellos se genera una pequeña fortuna que proporciona dividendos para todos.
Hasta que el gran maestro decide dar algunos golpes mayores. Y la historia se descarrila.
Hay una gran escena, en medio, en la que se presenta lo que parece ser un golpe maestro en las apuestas de los deportes. Existe un gran momento de tensión que, sin embargo, se resuelve de una manera tan inverosímil que compromete el resto de la historia.
A partir de ahí, comienza a bambolearse el sentido de la siguiente pillería. Es tan elaborado el plan para desfalcar a unos millonarios, que se mueven enredos con una relojería impecable, que hacen suponer que los ladrones tientan demasiado a la suerte o, definitivamente, son magos, porque pueden anticipar movimientos ilógicos e imposibles, para engañar a cualquier mente medianamente alerta.
El desenlace se colapsa. Lo que parece ser una resolución que enderezará el rumbo, se convierte en un momento de comedia surrealista. Hay un gran riesgo de muerte y, en medio del desenlace fatal surgen las bromas que mueven a la desconfianza, ya no a los rateros, sino a la historia en general, hasta que cae el telón con un absurdo mayúsculo.
Focus: maestros de la estafa, es un buen intento por hacer una cinta de glamour con pillos como protagonistas. Pero la historia tiene tantos huecos, y Will Smith está tan aletargado, que proporciona una satisfacción a medias.