El humano es el más funesto y nefasto depredador de la creación.
Kong: La Isla Calavera, convierte una alerta ecológica en una aventura de alto octanaje, con una sobrecarga de efectos digitales que dejan muy poco espacio para la actuación. Lo que aquí importa son las digitalizaciones generadas en un escritorio y los efectos conquistados con el uso de la pantalla verde.
La nueva aventura del enorme simio encontrado en territorio olvidado de Dios, contiene básicamente los mismos elementos simbólicos de sus predecesoras: la bestia, un ser noble que reina en un territorio hostil, es convertido en enemigo agresivo por los seres humanos que irrumpen en su hábitat para molestarlo y, luego, para aniquilarlo, sin razones válidas.
Pese al elenco de pesos pesados de la actuación, con Tom Hiddleston, Brie Larzon, Samuel L. Jackson, John C. Reilly y John Goodman, la verdadera estrella es el elaborado lenguaje visual que, en manos del director Jordan Vogt-Roberts, usa una anécdota sencilla para transformarla en un viaje lleno de explosiones, escenarios exóticos y un King Kong en su versión más descomunal, como un Godzilla en empaque primate.
Los actores son relegados por un realizador que crea una aventura a través de una dirección estilizada, y con gran detalle en las imágenes computacionales, para crear atrevidas tomas en tierra, pero también con una espectacular secuencia inicial en el aire, donde los tontos pilotos aproximan demasiado sus helicópteros al simio enfurecido, lo que crea una sinfonía de naves derribadas.
Kong 2017 se parece a muchas otras cintas de peligros espectaculares, con escasas novedades. Un numeroso equipo de civiles y soldados, invade una isla perdida en el Pacífico que no se encuentra ubicada en ningún mapa. El propósito que es, inicialmente, científico, se transforma en una lucha por la supervivencia cuando la fiera reacciona
ante la amenaza.
La historia se ubica en la época de los 70. Estados Unidos está enredado en el conflicto de Vietnam. El rock de la época suena en las aeronaves que surcan el aire del paraíso oculto en el océano. Los valerosos guerreros del Tío Sam se adentran en territorio desconocido, y tras el primer ataque quedan incomunicados del mundo. No les queda más remedio que demostrar su coraje para acabar con el enorme enemigo que, por lo demás, no ha hecho más que defenderse.
Kong es el rey del archipiélago pero no es el entero protagonista. Existen otras
bestias, igual de gigantes, exóticas y amenazantes, que diezman al grupo por todos los frentes. De esta manera, el simio, que es la atracción principal de la película, adopta un lugar secundario, superado por otros seres que parecen más siniestros y letales.
Es el hombre el que se encarga de desatar su propio infierno, al provocar explosiones crueles en el subsuelo del paraíso, lo que desencadena una serie de eventos que los afectan. Los exploradores se sienten dueños de la vida y la muerte, pasan por deidades en territorio inexplorado, pero su necedad los lleva a la destrucción.
El primate es el macho alfa y se espera, para proteger su territorio, eniquile a los indeseables. Pero enfrenta a Jackson, un militar obstinado, igual de macho, que busca una absurda venganza, porque el gigante aniquiló a sus hombres que, como queda claro, irrumpieron en un bosque tropical prohibido.
Existe una ligera alusión al mito de la bella y la bestia, que se explora en las versiones tradicionales de King Kong, particularmente en la del 2005, de Peter Jackson. La fotógrafa Larson se convierte en objeto de embeleso del primate que, en el momento decisivo, la protege y la salva de riesgos mortales.
Kong: La Isla Calavera es una espectacular revisión del clásico, con una interpretación actualizada, pese a que tiene un ambiente retro, con emocionantes secuelas de acción que atraerán a los fans de los kaijus (bestias gigantes), que verán al mono en su versión de mayor tamaño.
Ya se prepara una versión de King Kong contra Godzilla, que estará en las pantallas en los próximos años.