
Lorraine es una espía de élite que se mueve por el mundo pateando traseros y aniquilando fríamente a los oponentes de la democracia. Es la mejor en su violenta ocupación, en la que debe ensuciarse las manos sin que los nobles ciudadanos se enteren de sus atrocidades. Bella e infalible recibe la orden de infiltrarse en la convulsionada ciudad de Berlín, para encontrar una lista, que compromete la vida de numerosos agentes secretos.
Deja a su paso una cauda incontable de muertos y sangre. Pero no importa. Todos, incluso ella, son suprimibles. Así lo han decidido los gobiernos de las grandes potencias, que se juegan la supremacía utilizando a las personas como piezas desechables de un tonto ajedrez político.
En Atómica, Charlize Theron es la indestructible espía inglesa que no revela su lealtad. En el juego de traiciones en el que participa, no puede confiar en nadie. Sus amigos también tienen sus propios intereses y están dispuestos a vender a las personas que en ellos confían. Las reglas del juego no están escritas, pero sí establecidas. Con un escenario de esas características, todo cambia en cuestión de segundos y una simple llamada telefónica sirve para determinar la vida o la muerte de una persona o una decena de ellas.
Pero no hay que preocuparse. La cinta dirigida por David Leitch no es para tomarse en serio. Basada en la novela gráfica Anthony Johnston, es un buen ejercicio de estilo, que se esmera por imponer el dulce visual, sobre la narrativa. Hay más trabajo de cámara que de actores. Lorraine es una especie de Jason Bourne, que puede neutralizar, sólo con sus manos y en una misma habitación, a cinco hombres armados. Las estupendas coreografías generan una sensación de película moderna de espías, en un escenario retro, con una exhibición de agresivo feminismo, frente al imperio del género opuesto en las historietas de superhéroes.
La historia transcurre en un momento en el que el Mundo está desconcertado. Es la década de los 80 y se prepara la caída del muro que divide las Alemanias. Berlín es un caldero que bulle de juventud e incertidumbre. Nadie sabe lo que va a pasar. La agente tiene que transitar por calles permanentemente atestadas de muchachos que demandan libertad. La banda sonora está llena de canciones que en esa década fueron exportadas de Europa a América, con hits pop que acompañan a los manifestantes, como los scores de una época irrepetible de sus vidas.
La película pasa como una revista que se hojea, con escenas sobrecargadas de sonido e imagen, con una escenografía saturada de elementos, con abundante luz neón, y una sonorización que aturde. Muchos de los personajes son pintorescos, de historieta, como son los jefes de la CIA y de M16, que pretenden conocer cómo ocurrió el operativo lleno de giros y que, en el registro oficial, es confuso y aparentemente desentrañable.
Por ahí luce la figura de James McAvoy, como el contacto del gobierno británico en territorio germano. Su carácter es de un loco altamente efectivo, que hace equipo con la impetuosa agente, sin que quede claro, hasta el sorpresivo final, hacia qué lado estaban enfiladas las respectivas servidumbres.
Atómica parece el inicio de una franquicia con una presentación poderosa, con un director que tiene el evidente propósito de impresionar en su debut. Caótica, por momentos, por la profusión de información y la presentación de abundantes personajes, que entran a cuadro y mueren, es una buena opción para los fans de la acción internacional.
El thriller, que le debe mucho a los juegos de espías de Robert Ludlum, lleva suficientes giros para darle un toque de sofisticación, necesaria para que el espectador se comprometa a hacer sus propias matemáticas y trate de desentrañar las sorpresas mortales que se ocultan tras cada puerta que se abre.
Es un agradable producto lleno de acción.