Doña Mary y don David, abuelitos del lanzador Samuel Juárez, celebraban gustosos -en su casa- los triunfos de la Treviño Kelly, que representaba a México en la Serie Mundial de Beisbol de Ligas Pequeñas en Williamsport… jamás se imaginaron que viajarían a Pennsylvania para apoyar a su nieto desde las gradas del Howard J. Lamade Stadium.
Muy pocas personas en Reynosa festejaron los triunfos de México en la Serie Mundial de Ligas Pequeñas de Williamsport, pero había un par de abuelitos que con mucho amor e intensidad gritaban porras y ondeaban la bandera tricolor cada vez que los chicos de la Treviño Kelly salían victoriosos.
Eran doña Mary y don David, los abuelitos del lanzador Samuel Juárez, quienes en cada juego se reunían en casa con su familia para presenciar los encuentros de los pequeños, gritar, brincar y llorar de felicidad, lo que jamás se imaginaron es que iban a realizar una odisea para verlo en vivo en el estadio Howard J. Lamade.
En principio el viaje de doña Mary y don David estaba planeado para realizarse por carretera en compañía de la familia de su hijo David –papá de Samuel-, sin embargo la situación económica lo impidió. No pudieron viajar.
Un par de meses atrás habían sido blanco de la delincuencia en Reynosa, a don David le robaron la camioneta que utilizaba para laborar como electricista y con ella toda la herramienta que empleaba en sus labores, por ello era difícil atravesar el territorio estadounidense para ver a Sami.
Aunque ellos se conformaban con verlo en la televisión, eso no sería así por mucho tiempo, pues una agradable e inolvidable sorpresa los estaba esperando.
Cuando la alcaldesa de Reynosa, Maki Ortiz y el presidente del DIF, Carlos Peña Ortiz, se enteraron de la historia de esos tiernos abuelitos, no dudaron en hacer un obsequio especial para que el final se escribiera diferente. Les regalaron el viaje hasta Williamsport, Pennsylvania.
Pero no fue nada fácil, para lograrlo tuvieron que pasar una intensa aventura desde McAllen hasta Williamsport.
En el puente internacional Reynosa-Hidalgo los nervios se notaban a flor de piel. Doña Mary mostraba orgullosa un pedazo de periódico con la fotografía de su nieto lanzando una pelota y don David portaba una gorra con la insignia de México.
Al llegar a Migración se acercaron con la agente aduanal y ésta les preguntó que hacia donde se dirigían, rápidamente contestaron que a Williamsport a ver jugar a su nieto jugar en la serie de Ligas Pequeñas.
Y mostrando el periódico, doña Mary repitió: “Este es mi nieto Samuel, lo queremos ver, si es que usted nos da el permiso para viajar”.
Se dibujó una sonrisa en el rostro de la agente y emocionada los felicitó para inmediatamente autorizar el viaje de los abuelitos.
Una vez cruzando el puente, se encontraron con el director general de Hora Cero, Heriberto Deándar, quien los llevó hasta las puertas del Aeropuerto Internacional de McAllen.
Estando en la sala de abordaje del Aeropuerto Internacional de McAllen, se enteraron que su vuelo venía retrasado media hora, más no fue así, el avión que los llevaría hasta Dallas-Fort Worth, se retrasó casi 50 minutos.
Durante la espera, don David platicó que lo deportista lo llevan en la sangre, pues en sus tiempos de juventud le agarró cariño al beisbol y eso se lo transmitió a sus hijos. Además doña Mary recordó que su familia siempre le había gustado participar en juegos de voleibol, beisbol y otros deportes.
Entre las tantas pláticas de espera, don David dijo que era la primera vez que viajaba en avión y doña Mary, aunque ya lo había hecho, esa experiencia la tenía guardada en el baúl de los recuerdos.
“Tengo una nieta que siempre me invita a Georgia, Atlanta pero me da miedo ir, cuando se entere que voy a ir con mi nieto Sami me va a reclamar”, auguró con cierta pena.
Cuando por fin llegó el avión y se enfiló con rumbo a Fort Worth, el estrés y las ansias por ver a sami provocaron que los 120 minutos de vuelo parecieran más de tres horas.
Al llegar a la terminal B del Aeropuerto Internacional de Fort Worth corrieron para subir al tren que los transbordaría a la terminal C. Ya era tarde y sólo tenían unos cuantos minutos para alcanzar el vuelo hacia Filadelfia.
Aunque hicieron su mejor esfuerzo y movían las piernas tanto como se los permitían los años, no pudieron llegar a la sala de abordaje y el avión emprendió el vuelo sin los abuelitos.
Parecía que todo se derrumbaba y la ilusión por ver a Sami se desvanecía con las palabras en inglés que no entendían por parte de una de las asistentes de American Airlines: “There are no flights to Philadelphia tonight”.
Les habían asignado un vuelo que llegaría a Filadelfia hasta las 11:45 del sábado, más las tres horas y media de traslado hacia Williamsport, con ese itinerario no alcanzarían a ver a su nieto jugar.
Sin embargo, el amor venció las barreras del estrés y el nerviosismo cuando consiguieron hablar con una trabajadora que hablaba perfectamente el español.
Al explicarle la situación, la asistente de servicio al cliente comprendió que la culpa –en la pérdida del vuelo- no era de los abuelitos, sino de la aerolínea. Así es que los colocó en un vuelo a Chicago en donde apenas si dormirían un par de horas.
Entre los pájaros de metal y en una helada sala que conducía a la puerta K10, la pareja sexagenaria reposaba una hamburguesa y papas que habían consumido a su arribo a la ciudad de los Toros (Chicago Bulls).
Las piernas les temblaban, la piel se hacía chinita por el frío y apenas durmieron una hora y media, pero todo eso lo aguantaron con tal de ver a Sami contener a los japoneses en la Final internacional del torneo.
El reloj marcaba las 4:00 horas del sábado y la gente comenzaba a llenar la sala de abordaje, faltaban escasos 60 minutos para seguir con el sueño. La felicidad se notaba en sus rostros y las ansias cada vez se intensificaban más cuando el avión despegó con destino a Fhiladelfia.
Ya eran las 8:00 horas cuando el pájaro aterrizaba en la ciudad de Rocky Balboa.
Doña Mary y don David cambiaron las alas por dos pares de ruedas y se enfilaron por la autopista rodeada de un gran verde y altos árboles hacia la sede de las ligas pequeñas.
En el recorrido los abuelitos quedaron admirados por la belleza que los rodeaba y se sentían como si estuvieran participando en una película de Hollywood.
“Mira lo enorme que están estos árboles, son como los de las películas de miedo, pero están bien bonitos”, le decía don David a doña Mary mientras movían la cabeza de un lado a otro observando el paisaje.
Los abuelitos llegaron barriéndose al Howard J. Lamade como cuando un corredor llega a home para anotar una carrera, pues el reloj marcaba las 12:30 horas y el partido estaba por comenzar.
Todo el estrés, la desvelada y la presión del viaje valieron la pena cuando vieron a su hijo David, quien se fundió en un fuerte abrazo con doña Mary mientras sus lentes oscuros no podían ocultar las lágrimas que le salieron de la emoción.
Tan pronto lo soltó doña Mary, David se dirigió a su padre, ese hombre simpático y trabajador que les había enseñado el amor por el rey de los deportes, colocándole un beso en la mejilla.
Isaí -el hermano de Sami- también se impactó con la llegada de sus abuelitos y bajó las gradas a grandes saltos mientras gritaba con fuerza: “¿cuándo llegaron?”.
Pero sin duda el más sorprendido fue Sami, quien por el nerviosismo quedó estupefacto y apenas si alcanzó a levantar e pulgar mientras su abuelita le gritaba: “Aquí estamos, papi, que Dios me lo bendiga y para adelante porque somos campeones y hay equipo”.
Durante las seis entradas doña Mari y don David bailaron, gritaron, se emocionaron y también sufrieron junto a su familia y amigos la derrota de México ante Japón.
“No pasa nada, a mí me da mucho gusto estar con mi niño y mañana vamos a pelear por el tercer lugar mundial”, acentuó la abuelita mientras esperaba a su nieto para abrazarlo como lo hizo con su hijo David cuando llegaron a dar la sorpresa.
Se llegó el domingo, día en que México se enfrentaría ante un equipo de Carolina del Norte por el tercer lugar.
Al ritmo de varias canciones de Elvis Presley, la pareja sexagenaria se movía y alentaban a los chicos de la Treviño Kelly, mientras ellos hacían su trabajo en el campo imponiéndose 14 carreras a 8.
Inmediatamente después del partido, los padres de los pequeños campeones se dispusieron a esperarlos fuera de la villa para emprender el viaje de regreso.
Doña Mari y don David se despidieron de toda la porra mexicana para después dar un paseo por el centro de Williamsport en donde se tomaron varias fotos del recuerdo, inclusive posando junto a las estatuas de las calles Market y Tercera.
Don David recordó sus tiempos de beisbolista posando en posición de lanzamiento en una de esas esquinas, mientras algunos de los habitantes aplaudían a la pareja de mexicanos.
“Congratulations, México”, gritaban algunas personas desde sus automóviles al tiempo que los abuelitos agradecían con una sonrisa.
Luego de ese paseo espontáneo se perfilaron hacia su hotel en la ciudad de Bloomsburg, en donde descansaron para después regresar a casa.
El viaje de regreso fue lleno de anécdotas y buenas experiencias, así como el buen sabor de boca que les dejó la travesía hacia un destino de ensueño que recordarán por el resto de su vida.
“Queremos agradecer a la doctora Maki y su hijo Carlos Peña por este regalo tan hermoso, esto no lo vamos a olvidar, es algo que perdurará por siempre más aún con todo lo que pasamos”, expresó doña Mari.
En tanto que don David coincidió con su esposa en que la odisea que vivieron será algo que los dejará marcados por el resto de sus días: “El viaje en sí ya era emocionante, pero con todo lo que vivimos es algo para platicar en familia y recordarlo por siempre”.