Siempre se puede confiar en los brasileños y, en especial, en los cariocas, como se llama a los nacidos en Río de Janeiro, para animar la fiesta, hasta en los Juegos Olímpicos, cuya trigésima primera edición cerró el pasado domingo 21 de agosto, con un carnaval que unió a bailarines, atletas y público en el estadio Maracaná en una celebración inédita en este tipo de ceremonias.
Al final de 21 días de los primeros Juegos Olímpicos de Sudamérica, Río hizo gala del título de su canción lema, “Ciudad Maravillosa”, tras organizar un evento que, pese a tener fallas como todos los anteriores, excedió en lo que se refiere al ambiente creado para recibir a miles de deportistas y turistas de todo el mundo.
Como en la ceremonia de apertura, la despedida fue sencilla pero creativa, con mucha música brasileña de los más variados tipos y usando juegos de luces y colores para crear dibujos fantásticos relacionados con la naturaleza exuberante del país tropical y las artes populares.
Se cumplieron los protocolos de la entrega de la bandera olímpica a Tokio, que hizo la tradicional presentación de ocho minutos invitando el mundo a estar presente en la ciudad sede para 2020.
La música volvió a llenar el escenario y la antorcha se apagó, algo que, en Río se hizo a través del agua, pero no la de la lluvia que continuaba cayendo, sino de otra preparada para esta finalidad.
Luego, llegaron las “marchinhas de carnaval”, músicas que se suelen tocar en los bailes carnavalescos desde hace muchas generaciones y que todos los brasileños conocen.
La alegría, el ritmo y los bailarines contagiaron a los atletas que regresaron al tablado para participar en la apoteosis de estos Juegos Olímpicos.