
Una vez, en uno de sus programas, El Chavo del 8 dijo que quería jugar futbol. Decidió que tiraría un penatly. Le ordenó a Quico que se colocara de portero y a la Chilindrina que fuera la comentarista. Quico protestó: ¿La Chilindrina de comentarista? ¡Si no sabe nada de futbol!”. El Chavo le respondió: “Pues por eso mismo”.
La exposición mediática de rostros jóvenes y voces aflautadas, han generado el surgimiento de figuras del micrófono que parecen conocer muy poco del deporte. Se concentran, muchos de ellos, en emplear una narrativa jocosa, pero hueca, que evidencia no sólo falta de entendimiento de su materia, si no de desprecio por los tele espectadores. Quieren arrullarlos con clichés y chascarrillos. Es ya un chiste cotidiano repudiar a los cronistas que, en México, cada semana se encargan de relatar los encuentros.
La actividad de los narradores es fascinante: fuera de cuadro, se dedican a ilustrar, matizar, ponderar las imágenes que el espectador va siguiendo por el monitor. Los tipos del micrófono convertidos en cacofonistas, en la peor de sus versiones, no hacen más que hacer una repetición, como el eco en una pared, de lo que la pantalla revela. El delantero desborda por la derecha y el cronista dice: “Desborda por derecha”. Va a centrar y explica: “Va a centrar”. Anota el gol, y grita: “¡Goool!”.
Sin embargo, ver un partido sin voz le quita una gran tajada de emoción al juego. Hace algunos años, Televisa hizo un experimento interesante en un partido de futbol americano. Le cortó el audio a todo un medio tiempo de un juego dominical. No sé en qué resultó el ensayo, pero el duelo se volvió incómodo, pero, sobre todo, aburrido.
Los cronistas, en el caso ideal, deben enriquecer la profusión de imágenes llenas de plasticidad que ofrece el futbol. Su misión es complementarlas, dando lustre a una actividad que de por sí es de rica expresión, como es el futbol. Los adelantos tecnológicos exhibidos en las transmisiones del territorio mexicano, dan bellísimas imágenes de tomas con cámara Phantom que congelan imagenes en milisegundos para potenciar la espectacularidad de un vuelo del arquero, una barrida, un disparo a puerta.
No repararé en los malos comentaristas, que son ya bastante identificables, en las transmisiones de cada semana. Sí, en cambio mencionaré a algunos pocos que a lo largo de los años han dado cátedra de la exquisita técnica para hacer vivo el relato de un juego de por sí palpitante.
En el panteón se encuentra, ocupando el sitio de honor junto al pebetero, Angel Fernández, la mejor voz futbolera que ha engalanado los televisores durante las transmisiones de juegos del balompié azteca. No sólo hizo época por su palabra de modulaciones características, si no también por la chispa, picardía e ingenio para vestir con una extraña muestra de grácil estruendo los alaridos que profería desgañitándose en los goles. Su pasión desbordaba las pantallas, durante los juegos por TV. Su estilo es modelo y muchas veces franca imitación, de otros que han tenido fortuna de estar en las televisoras, pero que no han trascendido precisamente por su falta de originalidad.
En el mismo lugar de los dioses, tiene un sitio Gerardo Peña Kegel. Desarrolló la más pulcra narración, la más literaria, la más rica en recursos. Ha sido, Peña Kegel el de la voz más elegante y con mayor señorío, que yo recuerde, en toda la historia de la crónica futbolera nacional. Caso similar es el de Emilio Fernando Alonso, de esporádicas apariciones recientes. Tiene un temple narrativo y una erudición incontrastable, que hace de sus crónicas un espectáculo que, en muchas ocasiones, supera al que se dirime en la grama.
Creo que, actualmente, la mejor voz futbolera de México es la de Raúl Sarmiento. Su tono es completamente emocional, de agudos, rayando casi en el alarido agónico, pero con una presteza para la descripción, y un ritmo que le imprime velocidad a los juegos más sosos.
Hace poco salió de Televisa Javier Alarcón. Dejó una estela de polémica por la intempestiva partida que, por la falta de claridad, alentó numerosas especulaciones que no le beneficiaron. Independientemente de la controversia, Alarcón es un narrador de buena prosa y con un agudo sentido de la observación. Aunque carece de atributos pasionales que encumbraron a los antes descritos, demostró una gran capacidad para conducir con apuntes amenos e interesantes sus transmisiones.
Ojalá regrese pronto a la pantalla chica.