
Viajar de ‘raid’ de Monterrey a Zuazua y en las vacaciones de verano de Guadalupe a Reynosa a principios de los 80 era toda una aventura. Ser copiloto de un trailero era algo por demás apasionante, en esa época no había malicia y nadie se mostraba preocupado o temeroso por levantar a un par de estudiantes en plena carretera.
La hazaña para ir a Reynosa iniciaba en la parte final de Guadalupe. Todavía no se juntaba con Juárez, Nuevo León de hecho para nosotros era Villa de Juárez y nos trasladábamos en camión, creo que era un San Roque o un Santa Cruz hasta la última estación de gasolina.
Tan pronto nos entregaban las calificaciones de inmediato nos íbamos al departamento para recoger nuestras garras, eso sí, no podía faltar nuestra mochila de paracaidista tipo militar pegada a nuestra espalda, en color verde militar.
En estos momentos sería un suicidio viajar a Reynosa en esas fachas, primero nos agarrarían los malosos y nos confundirían con militares y en segundo nos agarrarían los militares y nos acusarían de utilizar equipo exclusivo del Ejército.
A principios de los 80 iba a Reynosa con mi amigo Gerardo Flores Cano, un divertido fronterizo que fumaba cigarros Delicados, no nos alcazaba para más, eran los más baratos y si queríamos echar humo, pues de esos había que comprar.
Gerardo Flores era un fan de la bohemia, pero su máximo ídolo aparte de Ramón Ayala y Cornelio Reyna era ni más ni menos que Eulalio González “Piporro”, así es que cualquier viaje por largo o corto que fuera, era muy divertido, aparte su hermano Héctor Flores Cano tocaba la guitarra de manera magistral.
Gerardo y Héctor me contaban tremendas historias de pesca y me aseguraban que el día que fuera a Reynosa me iban a llevar a pescar y yo de incrédulo pensaba que íbamos a ir en una lancha al río Bravo o alguna presa.
Aparte casi no traíamos dinero sólo unos cuantos pesos sonaban al chocar entre sí en nuestros bolsillos de nuestros viejos y relavados pantalones Levi´s que comprábamos en el Penny Riel en Monterrey, allá por la avenida Félix U. Gómez.
Ya estando instalados en la gasolinera y cuando el sol todavía no calaba fuertemente comenzamos a levantar nuestro pulgar derecho y lo agitábamos con rumbo a Reynosa a cualquier carro que pasaba y si era un tráiler pues mejor, ellos no temían darle un aventón a un par de flacos y esqueléticos estudiantes.
Después de muchos intentos finalmente un trailero frenó a la distancia y se escuchó el rechinar del frenado y un humo blanco salía de las llantas, de inmediato corrimos rumbo a la enorme y pesada unidad.
Un hombre bigotón al volante preguntó:
“A dónde van, cabrones… y qué hacen en la carretera.
De inmediato le respondimos a Reynosa, orillado a un lado de la carpeta asfáltica nos gritó:
– Bueno, ¿no se van a subir?”
De tres pasos llegamos al estribo y en menos de tres segundos ya estábamos sentados como copilotos.
La aventura apenas iniciaba, nuestro panorama era ver monte y carretera, el trailero era de pocas palabras iba concentrado en la manejada, y obviamente no nos tenía miedo, de una manotazo nos iba a apaciguar si intentábamos hacer algo malo.
Íbamos sonrientes pues Gerardo y yo nos habíamos ahorrado un montón de dinero al viajar de ‘raid’, ya que de lo contrario teníamos que abordar una unidad de Transportes Monterrey-Cadereyta-Reynosa conocidos también como los tecates por el color que los caracterizaba.
Obvio cobraban mucho, un dineral para unos estudiantes que ni siquiera les alcanzaba para adquirir medio boleto, por eso preferíamos viajar de “autoestop” dirían los españoles.
Pero el largo viaje terminó. Nos dejó a la entrada de Reynosa y de allí nos fuimos caminando, no teníamos prisa y teníamos más de dos meses de vacaciones y por fin me llevaron a pescar, nuestras artes de pesca eran un bote de Cloralex con sedal y un anzuelo todo oxidado.
Y me llevaron a los canales y yo que me hacía en una piragua lanzando el anzuelo a la distancia, pero la pesca fue buena sacamos como seis bagres cada uno y nos hicieron un suculento caldo de pescado que nos devoramos ese mismo día.
No había prisas, ni celulares, ni radiolocalizadores, si algo malo pasara, nos enteraríamos muchas horas después, por fortuna nunca tuvimos contratiempos que lamentar.
Viajar de raid a finales de los 70 y principios de los 80 de Monterrey a Zuazua o viceversa era mucho más sencillo. Salíamos de la Prepa 7 de la colonia Las Puentes en San Nicolás y caminábamos hasta la salida que era la carretera a Laredo y también el punto más retirado, ahí terminaba la urbe.
Allí estaba la última estación de Pemex y todo el que iba a tomar la carretera a Laredo forzosamente tenía que cargar gasolina en ese lugar, pero ahí estábamos nosotros adelantito de las bombas despachadoras con nuestro dedo pulgar levantado.
Para ir a Zuazua de raid era otra cosa, teníamos que ir a esa gasolinera que estaba a salida de San Nicolás dicha estación de Pemex era del ex alcalde Roberto Campos Alonso, era el último vestigio de la civilización regia después de allí todo era monte. Más adelante sólo estaba la Conasupo.
Galaxies, Impalas y camionetas eran nuestros objetivos primordiales para no causar molestias a los conductores, pues si nos daban raid bien podíamos irnos en la parte de atrás, donde el viento en aquel entonces nos despeinaba nuestras abundantes cabelleras.
Uno podía pedir ‘raid’ o un aventón solo o acompañado, era más fácil andar en solitario y con los libros a la vista, así los automovilistas no desconfiarían de uno, pero cuando eran del pueblo (conocidos), pues ahí nos íbamos de aventón y de a montón.
Recuerdo que Adrián González, (Pino) Sebastián Galván, (Chano) José Reynaldo Montemayor, (Pepe) nos veíamos a la salida para irnos de ‘raid’ y ahorrarnos el dinero para el día siguiente comernos unos lonches de aguacate en el tendajo con “Don Chuy”, ubicado a media cuadra de la prepa y cuyo bolillo me sabía a gloria.
Julio César Montemayor y José Catarino Montemayor (Kino) casi nunca nos acompañaban en nuestro regreso a Zuazua de ‘raid’, pues su abuelita Doña Lupita era la dueña de autotransportes Zuazua, así es que ellos mostraban una credencial especial y no pagaban ni un cinco y podían viajar las veces que quisieran.
Eran tiempos en los que en la preparatoria 7 de la UANL los primerizos entraban a las 7:00 horas y salíamos a las 13:00 horas, así es que teníamos toda la tarde para pedir ‘raid’ y llegar a nuestras casas en Zuazua, Nuevo León.
Conforme fue avanzando el tiempo podías elegir entre quedarte en la mañana o bien los últimos semestres los cursabas en la tarde, en invierno salíamos prácticamente de noche y era imposible pedir ‘raid’.
Así es que la única manera de ahorrar dinero y viajar de ‘raid’ era hacerlo desde Zuazua, los camiones a Monterrey salían cada hora, pero nosotros preferíamos viajar de aventón y nos colocábamos en el entronque de la carretera Marín-Zuazua-Laredo.
La mayoría de las veces a esa hora (mediodía) le pedíamos aventón a los camiones de la Facultad de Agronomía que estaba precisamente a unos siete kilómetros con rumbo a Marín, Nuevo León, los camiones venían repletos y tenían que pasar por Zuazua y el destino final era Ciudad Universitaria, casi casi frente al estadio.
A veces viajábamos parados, pero no importaba era toda una odisea viajar en esos camiones amarillos que decían Facultad de Agronomía y a veces llegamos primero que Julio y Kino y con el dinero del camión nos comprábamos una soda y unos fritos Encanto, bañados en salsa verde.
Viajar de aventón no era tan difícil, así lo hicimos por largos años y jamás nos pasó nada, nunca nos enteramos de que hubieran matado o asesinado a unos estudiantes que solamente pedían ‘raid’.
Las carreteras de Nuevo León estaban llenas de estudiantes muchos viajábamos de ‘raid’ y la señal con el dedo pulgar levantada nos delataba, ni nosotros le teníamos miedo a los choferes, ni ellos a nosotros.
A mediados de los 80 las cosas cambiaron. Era muy difícil viajar de aventón, lo que para mí fue una tradición de pronto desapareció, jamás pude ver a jóvenes con mochila en la espalda viajando de gratis en las carreteras, la desconfianza se apoderó de nosotros y de repente todo nos daba miedo.
Levantar a unos hambrientos estudiantes quienes sólo sabían usar su dedo pulgar
para viajar era de lo más cotidiano, hoy en día sería una verdadera locura andar de aventón por las carreteras de Tamaulipas o Nuevo León.