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Una linda jugadita, por amor de Dios

17 de abril de 2015 por El Tifoso

Para muchos aficionados del futbol, el nombre de Eduardo Galeano no significa nada. Acaba de morir este uruguayo, el pasado 13 de abril. Nadie es culpable por desconocer a esta persona, aclaro. En la tribuna, lo importante ocurre en la cancha y al aficionado le importa su equipo.
Pero me permitiré hablar un poco sobre él, que tenía por oficio el de ser escritor. El montevideano se encargó de dar, con su prosa, la belleza del futbol que estamos acostumbrados a apreciar, únicamente, con el corazón de hincha y, muchas veces, con los ojos encervezados.
Galeano se ocupó de escribir textos de sociología, política, asuntos de la vida cotidiana. Publicó en 1971 “Las venas abiertas de América Latina”, un clásico, lectura indispensable para conocer el entorno del subcontinente que nos estruja desde abajo.
Pero a mí me gustaba mucho más cuando contaba futbol. Como escritor, consiguió que el juego del hombre se convirtiera en una cuestión de literatura, de arte en papel, en el que se interesaron los intelectuales, que de goles y fueras de lugar, por lo general, saben muy poco.
Galeano encontró en el balompié el rincón secreto por el que Borges miró el universo entero en El Aleph. Con su prosa hizo magia. Para fijar estaturas, diré que, escribiendo de futbol es, para los literatos, lo que Diego Armando Maradona para los futbolistas.
Humilde, se confesaba un inepto para mover la redonda, y afirmaba, con resignación, que él hacía con las palabras lo que aspiraba a realizar en un terreno de juego. No sabía gambetear, pero con sus textos hacía lindísimas bicicletas y caños.
Galeano no teorizaba sobre el juego, lo miraba con asombro y muchas veces con resignación, triste por la barbarie en que se había convertido aquél teatro de los sueños, que se formaba en cualquier barrio, en un llano y que había sido desplazado por el pretendido orden para obtener puntos.
Ahora, afirmaba, el futbol es un espectáculo con pocos protagonistas y muchos espectadores. Los estadios se habían convertido en enormes estudios de televisión y las estrategias hacían languidecer el juego, con jefes que eran más directores técnicos que entrenadores.
Decía: “Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo, que se lanza a la prohibida aventura de la libertad”.
Había pesimismo, en sus disertaciones, pues decía que “el gol es el orgasmo del futbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo era raro que un partido terminara 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar goles y sin tiempo para hacerlos”.
Siempre estaba del lado del público. Afirmaba que el fanático es el hincha en el manicomio. “En estado de epilepsia mira el partido pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla”.
Galeano escribió como Cruyff filtraba pases, como El Pelusa se quitaba marcadores, como Cristiano Ronaldo gambetea. Era un ser sobrenatural con la pluma que puso en texto reflexiones profundas sobre la belleza del futbol. Por ahí andan algunos otros escritores que le siguen. Su heredero natural, creo, es el mexicano Juan Villoro.
Me quedo con esa reflexión que hizo sobre lo que parece ahora una insensatez: encontrar un buen partido.
En su libro clásico “El futbol a sol y sombra”, lamentaba: “Han pasado los años y a la larga he terminado por asumir mi identidad: yo no soy más que un mendigo del buen futbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico: Una linda jugadita, por el amor de Dios”.
“Y cuando el buen futbol ocurre, agradezco el milagro, sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece”.
Merece vuelta olímpica la prosa futbolera de Eduardo Galeano.

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