
El presidente Felipe Calderón, atacado por una de esas frecuentes virulencias patrioteras, recibió en Los Pinos a los medallistas de los pasados Juegos olímpicos 2012. Los llenó de encomios y les dio algunos souvenir por su visita a la casa presidencial.
Luego, en una de esas giras, comparó el oro que obtuvieron los futbolistas de la selección Sub 23 que derrotaron en la final a Brasil, con la conquista de la Copa del Mundo.
La comparación es obvia, para un país que necesita amalgamar en lo inmediato triunfos que llegan escasos y promesas que no se cumplen. Si en esas esferas de fe se puede aspirar a que una victoria sonadísima se encuadre a la medida de las aspiraciones nacionales, un político, como Calderón, necesitado institucionalmente de aplausos, puede encontrar parangones que aunque son lucidores, podrían parecer descabellados.
Hay una gran distancia entre los niveles de competencia de las olimpiadas y el Mundial de futbol en la categoría mayor. Por algo los equipos incluyen únicamente refuerzos que exceden los 23 años. Los tiburones de las grandes ligas futboleras exceden esa edad y no pueden asumirse como competidores. Ocasionalmente andan por ahí Lio Messi que ayuda a ganar un oro a su país y algunos otros como Jesús Corona, Carlos Salcido y Oribe Peralta hacen lo propio, con resultados igualmente exitosos.
Me parece un despropósito la comparación presidencial, aunque su dicho deja material para la reflexión. Todos los mexicanos se preguntan por qué el país, jugando el deporte nacional, como es el futbol, sólo puede sonar la campana de la victoria en competencias que son menores.
No demerito ninguna justa atlética en ese nivel. La competencia es bravísima y el nivel es de excelencia. Pero como en la granja de animales de Orwell, hay unos más excelentes que otros. Pero es de extrañarse que el Tri mayor no pueda avanzar hacia un miserable quinto partido en los últimos 25 años de copas del mundo.
Se queda atorado en las semifinales y de ahí no puede avanzar. En cambio se ciñó el gallardete en no sé cuántas Copas Oro, en la Confederaciones, en los mundiales infantiles, en la Esperanzas de Toulon. Ahí sí puede presumir que se ha enfrentado con los mejores y los ha derrotado en su categoría.
Es innegable que los representativos nacionales cada vez avanzan más y devoran terreno en las competencias internacionales. Pero el esfuerzo no ha sido suficiente. Después de que en el 2005 México guiado por Gio Dos Santos se proclamara campeón del mundo Sub 17 años, se observaba el inicio de un cambio de mentalidad del atleta azteca.
Los chicos demostraron que puede haber una mutación en los genes deportivos, que la mentalidad puede ser vigorizada con demostraciones de fortaleza en juegos definitorios.
Ya hubo una medalla de oro en futbol en olimpiadas. Mucho más complicado, meritorio y motivacional será la conquista mayor cuando los mexicanos puedan decir: ¡Somos campeones del mundo!
Suena bien, ¿no?