
Las rupturas amorosas son siempre un proceso difícil.
El mes pasado visité Paraguay y estuve en las instalaciones del Club Olimpia. Ahí me reencontré con un directivo al que tenía años de no ver. Esta triste. Me explicó que se había divorciado por segunda vez, porque su relación de pareja no funcionó.
Y me dijo que había llegado a la conclusión de que, si hubiera perseverado con la primera mujer, no hubiera necesitado separarse de ella. Casarse con esta segunda, me comentó, había sido un error, porque estaba condenado a repetir el ciclo. Y sabía que, si daba el paso por tercera ocasión, le ocurriría lo mismo.
Y me lo dijo precisamente cuando su club, La O, enfrenta una fuerte presión de los aficionados para remover a su entrenador Ever Hugo Almeida, porque el equipo está en el séptimo lugar de este invierno.
“Si remuevo a Ever pasará lo mismo que con mi matrimonio”, me dijo, con una mueca que parecía una sonrisa.
Regresé a Zurich reflexionando sobre las palabras de mi amigo.
Hay una tendencia viciosa, tóxica y definitivamente nociva en el futbol mexicano de enamorar entrenadores y divorciarse de ellos inmediatamente. No hay una continuidad en los matrimonios futboleros en territorio azteca.
Parece ser una verdad que se practica a nivel mundial: los puntos deciden la permanencia de un entrenador en un club. Al que comienza a fallar, lo corren. Desafortunadamente, los equipos que más practican esta tendencia son los mediocres, los que ven a corto plazo y siempre están urgidos de puntos porque sus equipos siempre están enfermos y batallan mucho para calificar.
En cambio, los clubes grandes por lo general le apuestan a los proyectos a mediano y largo plazo. Hay una razón de dólares, que ayudan a explicar esto. Contratan a los mejores del mercado, quienes por lo general ofrecen buenos resultados, aunque hay que pagarles bien.
Se da el caso del Club Tigres, de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en el norte de México.
Ricardo Ferreti, el Tuca, su temperamental entrenador brasileño cumplirá con esta su segunda temporada de números flojos. La afición, desesperada, ya comenzó a murmurar su salida. Tigres perdió en casa el sábado 5 con Toluca y hubo sonoros abucheos.
Los aficionados deben saber que, si se va Tuca, va a regresar otro y va a ofrecer las consabidas promesas, y no va a entregar mejores resultados. La gente en la tribuna cree que cambiando al entrenador se sanaran los males del club, lo cuál no es cierto, pues se ciclarán los malos resultados.
Actualmente Tigres ya consiguió una relativa estabilidad, después de años de trompicones y decenas de entrenadores. Con Ferreitti obtuvo en el 2011 su primer campeonato en 28 años. Es algo. Y Tigres había jugado en estas últimas campañas, pero de pronto se descompuso su funcionamiento. Ya habrá analistas que identifiquen las dolencias del plantel.
Por ahora, lo que debe hacer la feligresía es entender que si el equipo no funciona, con un nuevo entrenador menos va a funcionar, porque comenzara el proyecto desde el inicio, con desconocimiento absoluto y sufrirá más pronto que ahora lo que ya está padeciendo.
Historias como el Manchester United y su ex entrenador Ferguson parecen ser ahora irrepetibles en este mundo impaciente. Si bien es complicado que un entrenador repita una temporada, es imposible que esté más de una década con una misma franquicia.
Lo que más conviene a los equipos es encontrar un buen presidente, que contrate un entrenador, acorde a lo que aspira el equipo y en base a ello estructurar un plantel competitivo.
Es imposible ser campeón cada año, pero es mejor que el equipo esté peleando decorosamente por colarse a la liguilla, por mantener la categoría entre los primeros lugares, en vez de andar dando tumbos con improvisaciones en el timón.