
Antonio Mohamed llegó a la dirección técnica de Monterrey proclamando el evangelio de las maravillas. Por lo menos así lo escucharon los seguidores del equipo, deseosos de encontrar una guía, un espacio claro en el cielo nublado.
En un entorno sin representatividad y una conducción caótica, el equipo se había convertido en un terreno deshabitado, donde cualquiera colocaba su carpa. Era, la escuadra, un territorio carente de ley y atestado de apatía. Parecía, La Pandilla, un ejemplo del desánimo. Sufrían una dolorosa depresión post fiesta, luego de algunos años exitosos, que no hacen figura en los anales dilatados de la franquicia, pero que los aficionados han querido ver como la marca de una dinastía, el anillo dorado del dios Ra, personificado en la tierra por Víctor Manuel Vucetich, que cubrió con su manto poderoso la patria de las rayas.
El Turco, ahora, regresa mesiánico. Los aficionados ven el episodio de su llegada como el triunfal retorno del hijo prodigioso que guiará a toda la feligresía a la victoria. Parece ser que el argentino un día de estos subirá a lo más alto del monte de El Barrial y, entre rayos y ciclones, escribirá en tablillas los mandamientos de Dios en la Tierra.
Fue impresionante la presentación de Mohamed, a mediados de febrero de este 2015. No se había subido al caballo y la había ganado la primera batalla que es la más fácil y engañosa: la mediática. Encantó a todos. Tony es un joven veterano de las canchas. Como cuarentón que ha probado sufrimientos, triunfos y fracasos, ya vio todo lo que se debe ver en el vestidor, atándose en las duchas las agujetas siendo jugador. Pero también es un sobreviviente en la dirección técnica.
Tiene, en su corto haber como entrenador, dos campeonatos en el futbol mexicano, preseas que otros mucho más viejos no se han colgado jamás. Los hinchas lo ven con esperanza. En cambio, los directivos lo siguen entre oraciones, sujetando firmemente una pasionaria para que el cielo le dé sabiduría y comience a ganar.
Lo cierto es que, a diferencia de los aficionados, los dueños del equipo saben que Mohamed no es un iluminati, que no tiene poder el poder para desvanecer nubes, como muchos en la tribuna lo piensan. Como simple mortal, que dirige un equipo, va a tener sus buenas y malas decisiones, y que todo dependerá de los muchachos, porque, por más que se quiera dar una idea contraria, el futbol pasa por los jugadores.
Luxemburgo no pudo domesticar a los galácticos del Real Madrid, pese a que era un entrenador categoría cinco estrellas. Vicente del Bosque hizo campeón a España dándole orden y libertad a un cuadro lleno de novas, que supieron tomarse de la mano para avanzar eficientes en la misma dirección.
¿Qué tiene El Turco en Rayados para trabajar? Un grupo de profesionales de mediana catadura que han pasado por una etapa de amarguras consecutivas, con un líder como Carlos Barra que no supo o no pudo explotar sus cualidades. Pero, hasta ahora, ninguno ha demostrado cualidades excepcionales. No existe otro Cabrito Arellano, Guille Franco, Chupete Suazo, nombres que cojan la bandera para ser seguidos.
Hay esperanza con el argentino, pero el futbol es de ciclos, y todos se cumplen. Por ahora, hay un buen inicio, con alegría y optimismo. Pero entre más se sube, más duele la caída.
Hasta ahora, las expectativas han ascendido como la espuma, con rapidez y colorido. Le vendrá bien a Rayados estabilizarse, que el entrenador demuestre de qué está hecho, para que la afición encuentre el punto medio en ese anhelo desesperado de satisfacciones, que lo hagan gritar de gozo por goles y triunfos.
Con este alarde de buenos augurios, una mala racha puede revertir peligrosamente los ánimos de los seguidores.