
El futbol, se ha dicho, es un juego de caballeros practicado por rufianes.
México le ha dado al mundo una de las aportaciones más pintorescas… desde la tribuna. En el terreno de juego, el equipo tricolor es una fábrica de expectativas y escasas satisfacciones. Los futbolistas nacionales brillan en planos que no son profesionales, como si la gloria hubiera decidido huir de la avaricia, los lingotes dorados, el oropel aparejado con el juego de paga.
Desde la tribuna el fanático tenochca inventó el grito de ¡Puto!, para saludar a los arqueros del equipo rival que despejan. El detalle es realmente simpático y ha sido acogido de buen humor en todo el mundo, porque es rudo, acorde con el juego de futbol, pero, sobre todo, porque es original.
A ningún país se le había ocurrido una manifestación tan sencilla como pícara.
México generó polémica en el pasado Mundial de Brasil 2014 cuando los aficionados aztecas entonaron el reconocido cántico de guerra durante los juegos del Tri. Y la expresión fue replicada por aficiones de otros países en otros juegos.
Pero la expresión alcanzó extremos insospechados e intolerables cuando fue empleada en el torneo de futbol femenil de los Juegos Centro Americanos y del Caribe celebrados en México, especialmente en el bello puerto de Veracruz.
En particular ocurrió en la final dirimida entre el equipo anfitrión y Colombia, el pasado 27 de noviembre, en el estadio Luis
“Pirata” Fuente.
No sé en qué estaban pensando los aficionados que lo hicieron. Me parece increíble que no se dieran cuenta de la diferencia que hay entre asistir a un juego de varones a uno de damas. Estos mismos tipos no saben que las bromas gruesas deben ensayarse en la cantina y no en una fiesta infantil. No saben que pueden bromear a leperadas con sus compadres, en una pachanga de cuates, y no con su madre y sus sobrinas en la mesa de la casa.
Cada vez que la arquera del conjunto colombiano, Derly Castaño despejaba un balón, estas personas utilizaban la expresión, pero femeninizándola. Nadie se asusta con las voces soeces en un estadio de futbol. El juego está aderezado con mentadas, como una buena ensalada con su mayonesa.
Pero pronunciar una expresión de esa calaña a una mujer, una futbolista, que además no es profesional, es una canallada.
En el encuentro por el oro, la silbante Christina Unkel, de Estados Unidos, tuvo que interrumpir las acciones durante algunos minutos, cerca del final, para demandar que cesaran los insultos. Vamos, no se le puede llamar más que de esa manera a los epítetos deplorables que alguien, equivocadamente, podría hacer pasar por arengas, o gritos de animación.
Tan sencillo, como estulto, ha resultado para los aficionados confundir las atmósferas entre el juego entre pelados y entre las chicas. Parece que no entienden que la temperatura en la tribuna en el futbol femenil es diferente, que el trato con las mujeres es preferencial, delicado, cortés.
Entiendo que el futbol es juego de hombres, pero no de animales. Entiendo que el futbol es un espectáculo masivo en el que rigen las imprecaciones por su propia concepción de desfogue, que la gente va a ocupar un lugar en la tribuna para echar sapos y culebras para cubrir con ellas a los que allá abajo corretean una pelota.
Pero eso es lo que se nos ha enseñado en los estadios como los conocemos, donde juegan tipos de piernas belludas. El futbol femenil aún es emergente. Hay que acostumbrarnos a ver a ellas también persiguiendo un balón, pues con ello también consiguen un sueño de jugar. Las seguidoras del futbol también se apasionan y sienten el fervor del juego cuando lo ven en la tele. Hay que esperar que sientan lo mismo cuando lo practican. Respetarlas es honrar su entusiasmo.