
Primero fue en 1988 en San Rafael, en Guadalupe, Nuevo León, y el martes 18 de septiembre en Reynosa. En ambos casos la exigencia de los familiares fue la misma: ¿dónde están nuestros desaparecidos?, ¿dónde están nuestros hijos y esposos muertos?, ¿por qué Pemex se lava las manos?
La reciente explosión en las instalaciones de Petróleos Mexicanos en la frontera de Tamaulipas viene a desnudar de nuevo el perfil deshumano de esta empresa estatal que ha sido el gran botín de priistas y panistas cuando han encabezado el gobierno federal.
Era verano de 1988 cuando estalló en llamas un depósito de almacenamiento de combustible en San Rafael, en una zona densamente poblada de la metrópoli regiomontana donde, violando leyes elementales de los tres niveles de gobierno, a su alrededor se empezaron a construir complejos habitacionales.
Hace 24 años las madres y las viudas de los trabajadores que desaparecieron siguen llorando su ausencia, y por la magnitud del siniestro fue imposible localizar un pedazo de carne o hueso para que permitiera su identificación.
Por esa catástrofe de San Rafael los familiares de los muertos y desaparecidos escupieron consignas contra la paraestatal por las pésimas condiciones de seguridad. Era tiempos de Joaquín Hernández Galicia, alias “La Quina”, quien en ese entonces era el Mesías del sindicato petrolero.
Meses después, apenas se sentó Carlos Salinas de Gortari en la presidencia de la República, se concretó el llamado “quinazo”, que llevó a la detención del dirigente sindical en Ciudad Madero, Tamaulipas, en un cuestionado operativo militar donde, se dice, fueron sembradas armas dentro de su residencia.
De esa manera, con “La Quina” tras las rejas donde pasó varios años, Salinas de Gortari se cobró la traición de las elecciones de 1988, cuando el viejo líder ordenó a los petroleros apoyar la campaña y votar por el candidato de la izquierda, hijo de Lázaro Cárdenas del Río, héroe de la expropiación petrolera.
Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, recién renunciado al PRI junto con otros como Porfirio Muñoz Ledo y Manuel Camacho Solís, fue el principal contrincante de Salinas de Gortari; hay versiones –ciertas o falsas– que fue despojado del triunfo.
De 1988 a 2012, primero con el PRI en Los Pinos y ahora con el PAN, Pemex ha sido un resumidero de dinero para las campañas políticas; de complicidades y de millonarios contratos otorgados a empresas amigas del presidente en turno, claro, donde muchos se llevan grandes tajadas.
En la planta receptora de gas de la Cuenca de Burgos de Reynosa, ubicada en el kilómetro 19 de la carretera a Monterrey, al menos no se cometió la barbaridad de ubicarla cerca de zonas habitadas, pero en su construcción participaron empresas sin experiencia, y eso deberá investigarse a fondo.
La explosión del martes 18 no debe taparse con una sábana blanca como a todos los cadáveres calcinados que quedaron regados. Y la nueva PGR, la que entra a partir del primero de diciembre, deberá destapar la cloaca y deberá flotar todo el mugrero de la administración de Felipe Calderón Hinojosa.
En la tragedia de Pemex, en Reynosa saldrán a relucir contratos que beneficiaron a servidores públicos corruptos del PAN; pésimos materiales utilizados en una planta donde la seguridad para sus trabajadores era la prioridad; mantenimientos que no se dieron a tiempo, y más podredumbre que tendrá que brotar.
La pus de cómo se construyó esa instalación en la Cuenca de Burgos saldrá con solo rascarle a las cicatrices. Y Enrique Peña Nieto tendrá su primera prueba de fuego para que esta tragedia en Pemex no quede impune, porque corre el riesgo que regresen los fantasmas de la guardería ABC de Hermosillo.
Mientras aflora la verdad y no se archiva el caso con el dictamen: fue por un error humano, las autoridades apostarán al olvido, para no variar. Al estilo México.
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