Por más que se empeñara en negarlo, Javier Aguirre llegó a la dirección técnica de la Selección Mexicana con capa de superhéroe. Dijo, en su presentación, lo mismo que todos: No tengo varita mágica. La anticipación del fracaso puede subsanarse con una revelación anticipada de la derrota. O, al menos, se amortigua.
Lo cierto es que todo el público en el país sí lo vio como el Mesías, como el redentor que sacaría a México de la crisis y regresaría la situación histórica a su normalidad mullida: reposicionaría al equipo a su lugar de gigante de Concacaf, y lo haría calificar con estruendosas goleadas, como en la época de Mejía Barón.
Pero en el futbol actual las distancias se acortaron y los equipos evolucionaron hacia niveles más elevados de competencia. Más allá del cliché, se levanta una realidad ominosa. Los centroamericanos pasaron de una infancia futbolera a una adolescencia en la que están instalados como briosos y voluntariosos competidores. Parece que México tiene una senectud anticipada. Los que eran equipos chicos no le dan un baile al Tri, pero sí lo avasallan con su actitud retadora y una confianza intimidadora, elementos fundamentales para encarar cualquier contienda.
El conjunto tricolor parece que no ha cambiado más que el nombre del entrenador. Se fue Ericksson dejando una cauda de números rojos y llegó El Vasco, pero la esperanza se extinguió en menos de una semana. El Salvador abofeteó al tricolor, derrotándolo, y Trinidad y Tobago lo puso a temblar, aunque al final sucumbió.
En esta etapa de la eliminatoria ya no hay regreso. El equipo seguirá con Aguirre hasta el final, y no porque no tenga lista la guadaña, como ocurre en el puntista futbol mexicano, sino porque ni hay tiempo ni hay prospectos. Ya no hay espacio para probar a Daniel Guzmán, o al Piojo Herrera, o al Chelís (como lo sugirió, parece que en broma, un cacofonista de televisión), o para darle la oportunidad de nuevo al Ojitos Meza, siempre arrastrando la cobija emocional, con actitud de can apaleado.
Aguirre parece pensar en México como escalón en su carrera. No se duda de su honorabilidad y su denuedo para cumplir con su compromiso mexicano, pero no se le puede dar una sonrisa de simpatía si afirma que terminando este ciclo mundialista partirá hacia Inglaterra, lo cual hace pensar que no está del todo concentrado en su misión de rescate.
¿Será el problema de la Selección Mexicana únicamente de control anímico? ¿Cómo se explica eso que se llama baja de juego en atletas superdotados como Nery, Gio, Guille, Venado? ¿Es la esperanza Blanco, un viejo camello que parece tener más disposición que todo el equipo junto?
En el futbol el balón es redondo y por eso impredecible, dicen los enterados. Pero hay factores que pueden ser perfectamente controlados como una alineación adecuada, un reclutamiento de personal efectivo y un ensayo adecuado para obtener resultados óptimos al momento en que un plan es ejecutado.
No dudo que Aguirre asuma la responsabilidad del destino del combinado nacional. Pero es necesario que demuestre esa disposición a dar el pecho por la patria futbolera de México, para que la fanaticada comience a creer en su proyecto y pueda transmitir algo de fe en la titubeante escuadra.