Hace diez años seguramente no hubiera apostado a que mi permanencia en Hora Cero sería tan prolongada. Llegué en abril de 1998 a ver cómo preparaban la segunda edición –en esos tiempos de un periódico mensual–, pero fue hasta el tercer número cuando me incorporé a mi puesto de coeditor. El cargo no era lo importante, sino el reto que tenía enfrente.
Heriberto me había sacado de una fonda (trattoria) de comida italiana que había abierto meses atrás en un tradicional barrio de Monterrey. Mis mejores clientes eran amigos periodistas, pero no eran suficientes para sostener el negocio. Mi refugio gastronómico era una evasiva a una profesión que me había desilusionado tras mi regreso de Italia.
Un día de fines de 1997 llegó a mi efímero negocio el profesor y periodista José Luis Esquivel, quien en mis años de universidad fue unos de los pocos que me enseñaron a amar este oficio. Me dijo que uno de sus ex alumnos en la UdeM, Heriberto, buscaba un editor deportivo para El Mañana de Reynosa y que si estaba interesado él me ayudaría a contac-tarlo.
Vine a Reynosa y Heriberto me recogió en el hotel donde me hospedó. Era de noche. Luego fuimos a El Mañana de entrada por salida y más tarde nos dirigimos al edificio actual de Hora Cero, que me pareció una bodega de granos. No quedamos en nada pero aclaró: “Aquí voy a empezar un periódico y te voy a invitar a trabajar”.
La propuesta para ser editor de deportes de El Mañana de Reynosa, que era el motivo de mi viaje, no fue tema en ese encuentro con Heriberto.
Y llegó 1998. En un segundo viaje a Reynosa escuché su propuesta económica.Quiero admitir que era menor a mis anteriores sueldos, pero me gustó el proyecto editorial de un periódico que, en mi primer diagnóstico, “tenía una grave crisis de identidad”. No quise ofender a ninguno de sus fundadores con mi comentario, pero debíamos darle un nuevo perfil a Hora Cero.
En esa purga editorial prescindimos de algunas personas e incorporamos nuevas plumas. Ya las portadas tenían un nuevo sello: la explotación al máximo de los géneros periodísticos y la investigación, donde nadie, absolutamente nadie, podía dudar de la veracidad de los contenidos de nuestros reportajes.
Durante esta década –viajando cada fin de semana de Reynosa a Monterrey y viceversa– si algo pudiera cambiar es haber podido ver crecer a mi hija Andrea, quien en un abrir y cerrar de ojos dejó de tener ocho años… ahora ya es mayor de edad.
Heriberto ya no es aquel joven editor de 26 años –quizá inexperto pero con aspiraciones de trascender, como lo hizo–. Y como director general y editorial, respectivamente, creo que hemos madurado cuando, sin miedos, sacamos la casta, la dignidad y el orgullo para enfrentar los vientos que no siempre soplan a nuestro favor.
Ahora bien –quizá él no se acuerde–, un día le contestó a un amigo suyo cuando le preguntó:
> ¿Qué esperabas de Hugo cuando lo trajiste a Hora Cero?
—Quise que me demostrara lo que había aprendido en Italia como periodista.
Y diez años después quiero responderle a Heriberto:
—Hora Cero ha sido parte de mi vida personal y familiar; he tenido la libertad de hacer lo que me apasiona y me has tenido la total confianza, igual a la gente que depende de mí.
Comprobé el lado humano y la sencillez de tu madre; y siempre he respetado a tu padre, cuyo liderazgo impone.
Vaya, un día me pusiste a prueba y me diste la oportunidad que muchos periodistas quisiéramos: aportar para ver crecer un periódico y una empresa desde cero, y estoy seguro que he contribuido en algo.