
Adela sintió que lo había perdido todo cuando Juan se fue. Desde el momento mismo en que su esposo le dio un beso en la frente, cerró la puerta de la pequeña casa y la dejó sola en ese rincón del mundo que siempre le pareció el paraíso en la Tierra, supo que se iba a sentir perdida.
Nunca había sabido ella de soledades y de cómo modifican el medio ambiente: sin su pescador de espalda ancha y bigote espeso, la cama le parecía enorme y la casa, simplemente, insoportable. Sus dos refugios eran ahora tan acogedores como una oficina pública.
Trató de tomar la situación con calma. Al menos la renta de las dos lanchas le permitiría amanecer sin angustia económica y, además, ella sabía mejor que nadie dónde encontrar los precios más baratos en todo Mazatlán.
No tendría que recurrir a sus padres pero en el templo algo tendría que responder cuando el pastor le preguntara por qué ahora sólo acudían ella y el pequeño Rafa a las oraciones de los domingos.
Desde niña, cuando aprendió a usar los puños para defender a sus dos hermanas menores, Adela demostró ser una mujer recia, de carácter. Su abuelo le decía que fuera como las palmeras de la playa, que se doblan cuando las embiste el huracán pero nunca se quiebran.
Recuerda a su madre explicándole su naturaleza: “Adela, tú eres muy fuerte, eres como las Adelitas de la Revolución que se iban detrás de sus hombres para ayudarles a echarle bala a ‘los pelones’ y todavía preparaban los alimentos y cuidaban a los hijos”.
No obstante, sin el hombre que le ofreció apellido y hogar a ella y a su hijo, sentía que las fuerzas le faltaban.
Las horas perdían sentido y la noche ya no era el postre del día porque la ausencia la despojó del momento más feliz de cada jornada: esos 30 minutos conversando en la oscuridad de la alcoba, abrazada al pecho de Juan, preparándose para dormir.
Lloraba en las noches y se sentía culpable por decir que su hombre se había ido a Estados Unidos buscando trabajo.
Ya era mucho el dolor para sumarle la pena de aceptar que se había ido siguiendo a otra persona.
Sólo ella sabía que a Juan se lo había arrebatado un plantón en la Cámara de Diputados, en la Ciudad de México, donde fue para apoyar a Andrés Manuel López Obrador.