
En algunas ciudades de Estados Unidos donde se practica béisbol de Grandes Ligas, si alguno de sus estadios se llena durante un partido, los clubes están obligados a abrir la señal de su transmisión televisiva para que puedan ver el juego en su casa todos los fanáticos.
Es una manera sencilla y muy generosa de retribuirle a la afición el favor que les hace de abarrotar el coso.
Las leyes del consumidor en ese país protegen a los ciudadanos frente a los grandes conglomerados deportivos, llenos de abogados que podrían pulverizar en un segundo cualquier oposición individual de alguno de sus clientes inconformes. Afortunadamente ahí no existen prácticamente ese tipo de disputas, porque los equipos quieren y miman a sus seguidores.
En México, los ciudadanos están inermes ante la ingratitud de una liga que organiza los torneos y los manipula de acuerdo a su conveniencia. Se privilegia el ingreso por encima de la satisfacción del que en alguna ocasión ya muy pasada fue llamado el respetable.
América hizo el ridículo nacional la semana pasada al incrementar sus boletos en un mil por ciento para evitar que los aficionados de Tigres acudieran al estadio Azteca a apoyar a su equipo en el juego del domingo 5 de mayo. Exclusivamente para los aficionados de Tigres los precios fueron de mil pesos por entrada. Ni los juegos del Real Madrid tienen esas entradas.
De esta forma, de acuerdo a los estúpidos directivos americanistas, el club no quedaría exhibido, como ya ocurrió en esta temporada con la invasión generalizada a San Luis, donde 25 mil aficionados nuevoleoneses viajaron en caravana y tomaron el estadio Alfonso Lastras.
No, el América, como el equipo más grande del futbol mexicano, no permitiría que un club de provincia los minimizara. Por eso sus dirigentes decretaron un incremento absurdo que desincentivó a miles de seguidores felinos a hacer el viaje a la capital del país para atestiguar este duelo último de la fase regular del torneo Clausura 2013.
Tigres ganó 2-1 y, pese a todo, se consumó la invasión de los incomparables, como se le denomina a la afición de Tigres que es, por mucho, la mejor de México.
Con el resultado Tigres le pagó por todos lados al América: frustró el pretendido bloqueo de los aficionados norteños; tumbó del liderato general a los aguiluchos; y prolongó su racha de triunfos en el Azteca. Además hizo que se avergonzaran todos sus aficionados en el país que reprocharon el embargo.
Más allá de la anécdota, queda la actitud ilegal y desapartada de la ética de la directiva del América. Fue un vil truco, una trampa, un acto deshonesto del club milloneta, que contraviene el juego limpio que pregona ahora la Liga MX.
¿Con qué cara ahora los federativos van a exigir a los equipos que se conduzcan dentro de los parámetros del fair play? La misma liga se mostró parca, frente a la afrenta. No hubo un pronunciamiento contundente de parte de los dirigentes para sancionar el atropello. Frente al ultraje, cerró los ojos. Lo más que dijo Decio de María, presidente de la liga, fue que cada club tiene derecho a manejar el precio de las entradas.
Es desalentador y abyecto entender que la Liga MX depende por entero de Televisa, empresa propietaria del América. No puede enfrentar a quien es más que su patrón, su dueño.
Los directivos de Tigres se quejaron, pero no fueron vehementes. Será porque Televisa acaba de renovar el contrato de transmisión con Tigres y el club de la Universidad Autónoma de Nuevo León ha decidido recibir la cachetada sin chistar, para no entorpecer la buena relación que tiene con el monstruo de la telecomunicación.
Al final de cuentas, el karma funcionó como reloj y el América recibió el bumerán en el rostro. Quedó ridiculizado a nivel nacional por la zancadilla que le metió a la mejor afición del país y que no provocó más que carcajadas de burla.