La vocación de los dioses es la de ser adorados. Se les atribuyen, por antonomasia, cualidades supra terrenales. Humanos como somos, tendemos hacia el masoquismo y buscamos sumisión frente a entidades superiores. ¡Que alguien se responsabilice de nuestra insoportable independencia!, parecemos gritar.
Diego Maradona fue anunciado como director técnico de la selección de Argentina. Las razones para firmarlo están asociadas con mezquinos intereses mercantiles, esos a los que tanto dio batalla. La empresa que se encarga de comercializar los juegos de la albieceleste necesitaba una figura taquillera para repuntar la popularidad en picada del combinado austral. Y convocaron al 10.
Un sector de la fanaticada enloqueció, otro torció la boca con reservas, los menos encogieron los hombros con indiferencia. Los que lo apoyan son quienes sueñan con el segundo advenimiento de Cristo. Ahí está el dios único y verdadero del futbol que resarcirá todos los males, y nos elevará de nuevo a la gloria del título mundial como en aquel añorado 86. Maradona, claro, sonrió encantado. Le entregaron el futuro del futbol de todo el país, precisamente el día de su cumpleaños 48. Obeso, enfermizo, esclavo de sus filias estimulantes, ahora se ríe sin convicción de sus detractores, restándoles importancia. Tiene sólidos elementos para ser desdeñoso: no existe, a lo largo de toda la superficie terrestre, un solo ser que tenga su misma aura divina. Pelé nunca ha aspirado a la selección de la verde amarela. Es un rey, no un dios.
Pero parece desconocer que es utilizado, una vez más, por quienes han enlodado su carrera. Son esos mismos bucaneros del futbol los que lo orillaron a desperdiciar la mitad de su vida productiva entre shows nocturnos, presentaciones especiales y apariciones faranduleras que lo alejan de las canchas y del balón que es donde “El Pelusa” realmente respira.
El mismo ha confesado que pasó más de diez años sin trabajar, alimentándose de espectáculos a los que es invitado y en los que pide a cambio no las perlas de la virgen, sino a la virgen misma.
Ahora, se cumple su gran sueño, su ilusión. El, que es el emblema vivo de Argentina, se une a una lista de prohombres que la patria del tango le ha dado al mundo como Cortázar, Borges, Evita, Gardel, todos ellos asociados a la belleza, a la tragedia, al canto que ensueña en los astilleros, cafetines y confiterías, reductos de concentración del pueblo siempre habido de milagros y jarana.
Después del anuncio, la patria ya se serenó y ahora sigue la expectativa y el público comienza a jadear con temor, porque se sabe que Maradona es un inepto en el banquillo. ¿Puede un dios ser DT? Parece que no. En Argentina aman a Diego, pero sus mismos prosélitos confiesan ansiedad ante su decisión audaz de domesticar a las fieras que tiene en la cancha. ¿De dónde sacará los conocimientos que nunca ha tenido? Claro, como él mismo apunta, el futbol no ha cambiado nada y la bola sigue siendo redonda como cuando en sus tiempos. Pero parece olvidar que él era un autómata de la perfección, un animatronic al que le daban la bolita y sabía exactamente hacia dónde darle destino, como si tuviera el don mágico de hacer siempre lo correcto. No necesitaba dirección técnica. Los que no son mortales como él, y que ahora visten la casaca pampera, si necesitan de ubicarse en la cancha y seguir un sistema.
Se ha rodeado de gente capaz, pero al final será él quien tome las decisiones. Y será el quien, al final, tenga que ser bajado de la cruz lacerado y convertido en mártir y víctima de la propia fe que lo encumbra.
Así es el Diego, tormenta y figura. Aún no ha disputado un solo partido oficial y el mundo ya entabló uno de esos largos debates que lo tienen como eje.
Lo dicho: la vocación de los dioses es la de ser adorados.