Ya lo dijo el eterno Jim Morrison: “vivimos días extraños”.
Desde hace tiempo he comenzado a conocer las historias de conocidos y amigos quienes, aprovechando que cuentan con la capacidad económica para hacerlo, tomaron un avión, viajaron a San Antonio, Houston o McAllen y logran vacunarse contra el Covid-19.
La experiencia no es barata. En promedio estas personas gastan entre 25 y 50 mil pesos en estos viajes, sólo para contar con las dosis que les ayudará a no contagiarse con este maldito bicho que ha matado a casi 10 mil personas en Nuevo León.
En esta edición de Hora Cero presentamos la historia de uno de estos mexicanos, quien no dudó en rentar un avión privado, volar junto con su esposa a Texas y ahora es uno de los que puede decir que ya está protegido contra el coronavirus.
El tema es que a cambio de su testimonio este empresario solicitó que omitiéramos su nombre pues, nos dijo, tiene miedo de la reacción que pueda acarrear en su vida personal y profesional que el resto de la gente sepa que no esperó a que la 4T lo vacunara.
Recuerdo muy bien la reacción de la sociedad cuando comenzaron a conocerse las historias de estas personas de relajada condición económica; hubo hasta quien le encontró una forma de denominar esta práctica: “turismo de vacunas”.
Poco a poco otra palabra comenzó a permear entre la sociedad al referirse a estos ciudadanos: “gandallas”.
Sin embargo, vale aclarar, ellos no le están robando la vacuna a nadie en Estados Unidos porque, al menos en Texas, las dosis sí son para las personas de la tercera edad y vulnerables, pero si llegan a sobrar inyecciones en los módulos de vacunación, las aplican a quién quiera que se haya registrado y haya esperado horas en fila con la esperanza de recibir una dosis.
La decisión de los gringos es muy pragmática: más vale vacunar a quien sea, que tener que tirar los biológicos… ojalá México aprendiera un poquito de esta política.
El problema es que para un enorme sector de la sociedad, estas personas tienen que ser linchados en las redes sociales, crucificados en Twitter, lapidados en Facebook.
Esta idea es una de las muchas hipocresías que se viven en la sociedad mexicana y que se han acrecentado con la popularidad de las malditas redes sociales.
Y digo que es una hipocresía porque no puedo comprender cómo alguien en su sano juicio no iba a aprovechar los recursos a su disposición para protegerse y proteger a su familia de una enfermedad que ha hecho estragos alrededor del mundo.
Quienes llaman “gandallas” a estos mexicanos son hipócritas, pues dentro de sus negros corazones saben que si tuvieran a su alcance la oportunidad de aplicarse una vacuna, atropellarían hasta a su propia madre con tal de recibir la dosis.
Para estos mexicanos, especialmente aquellos que se enredan en la bandera de la 4T y califican de traidores a la patria a quienes viajan a Estados Unidos para protegerse, les molesta que haya personas con privilegios.
Pero molestia viene de una profunda envidia, porque ellos no tienen el dinero para tomar un avión y viajar a San Antonio o McAllen.
Les da tiña que no tienen más opción a esperar que este gobierno deje de tomar decisiones tan pendejas como vacunar a los residentes de los ranchos primero, cuando en las ciudades miles de personas siguen muriendo.
¿Quieren reclamar que hay mexicanos viajando al extranjero para recibir una vacuna? ¡Háganlo al gobierno! Que ni siquiera ha podido implementar un sistema eficiente de inmunización, condenando a miles de personas de la tercera edad a esperar noches enteras en una fila, rogándole a Dios que no se vayan a acabar las vacunas disponibles y su calvario haya sido en vano.
Es cierto, la desigualdad social y los privilegios son un tema pendiente en México, pero nadie puede condenar a aquellos que deciden no ponerle una etiqueta de precio a la vida y gastan lo que se tenga que gastar para estar a salvo.
Yo, la verdad, si tuviera el dinero y no estuviera en el estudio de la farmacéutica alemana CureVac, lo haría.