![](https://horacerotam.com/wp-content/uploads/2014/05/polticos-y-futbol-NHCT85681.jpg)
Hace algunas semanas observé con enfado cómo en México, en el Estado de Guanajuato, un grupo de policías golpeaba a seguidores del club norteño Tigres, que había acudido en masa a presenciar el juego de su equipo contra el local León.
No estaban sofocando una insurrección los uniformados. Le estaban dando una paliza a los aficionados visitantes, con tal fuerza que, en cualquier otro país de occidente, podría ocasionar una revuelta social. Hace casi un par de décadas la golpiza contra Rodney King, en Los Angeles, ocasionó disturbios de magnitud social por la indignación popular.
La estulta alcaldesa de León, Bárbara Botello responsabilizó de los incidentes a los aficionados de Tigres y atribuyó el exabrupto a causas deportivas. Los seguidores de Nuevo León estallaron frustrados ante la derrota de ese sábado y provocaron a los fanáticos locales, lo que amerito la golpiza de los policías.
Luego, con la baba escurriéndole por los labios, la edil tuvo que ofrecer disculpas y apareció junto con directivos de la liga mexicana de futbol en una muestra de cordialidad. Y dijo que presentaría una demanda penal contra los policías agresores. Puro cuento.
Recuerdo este penoso episodio para ubicarme en la realidad desde la que observo el balompié azteca. Hay intentos por modernizar el deporte y el negocio, pero parece que la evolución pretendida es un retroceso que no puede detenerse, por inercias animales y pasionales de los mismos organizadores del show futbolero. Las proclamas de los directores de la refundada liga están condenadas a no ser escuchadas ni por los aficionados ni por un puñado de autoridades que no entienden la naturaleza lúdica y de repercusiones masivas del deporte.
Modernizaron todo, pero se olvidaron de instruir a los encargados de la seguridad. Compraron rejas nuevas, pero no supieron cómo manejar los candados para entrar o salir. Adquirieron un tractor para arar, pero no saben cómo encenderlo.
México debe entender que en la pretendida excelencia de la liga está también el enfoque de seguridad que quieren aportar para la clientela, que es la que mantiene vivo el negocio. Decidieron retirar las mallas en las tribunas confiados en que la gente no entra a la cancha, pero obviaron decirle a los guardias que deberían de respetar a quienes ocupan la base de la pirámide, el bloque más numeroso del futbol, que es el espectador.
El episodio no trasciende. Queda para el recuerdo como una dolorosa anécdota. No hubo desgracias que lamentar. Los toletazos ya se desinflamaron. Pero las desmañadas autoridades deben estar alertas, pues una de esas reacciones irreflexivas de la autoridad puede degenerar en una reacción que lleve a un hecho lamentable, a una tragedia de esas que sacuden al futbol cada época.
Espero que los dueños del balón no crean en las promesas de políticos como la alcaldesa Botello que, por lo visto, únicamente habló para avanzar en su carrera y no perder votos entre el veleidoso electorado. Deben adoptar medidas preventivas al interior del juego, en el nombre única y exclusivamente del futbol.