
En el panorama político y económico actual, donde la incertidumbre global y las tensiones comerciales dominan las agendas de las naciones, -sobre todo con la llegada, el pasado 20 de enero, de Donald Trump a la Casa Blanca-, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha trazado un rumbo claro hacia el desarrollo sostenible y la prosperidad con el lanzamiento, ante la comunidad empresarial, del Plan México el pasado 13 de enero. Esta iniciativa no solo redefine las metas económicas del país, sino que, de tener éxito, posicionará a México como un país clave en la dinámica económica y comercial del mundo.
Conformado por 13 metas ambiciosas y claras, el Plan México busca transformar profundamente el tejido económico, social y ambiental del país. Entre sus objetivos destacan el incremento de la inversión al 25% del PIB, la creación de 1.5 millones de empleos adicionales y el fortalecimiento de la industria nacional con un 50% de proveeduría local en sectores estratégicos como el textil, el calzado y el mobiliario. Todo esto se enmarca en una estrategia integral que involucra a los sectores público y privado, con un portafolio de inversiones de 277 mil millones de dólares y más de 2,000 proyectos específicos.
El Plan México se distingue no solo por la magnitud de sus metas, sino también por su enfoque a largo plazo. Como lo señaló la presidenta Sheinbaum, este esfuerzo trasciende el marco de su sexenio, apostando por un desarrollo sostenido que permita a México ascender al décimo lugar en la economía mundial. Además, plantea una reducción significativa en los trámites para la inversión, incrementando la competitividad del país en un mercado global donde las cadenas de suministro están en constante reorganización.
Otro aspecto clave del Plan México es su visión ambiental y social. En un momento en que la sostenibilidad es una prioridad mundial, el plan incluye compromisos específicos para fomentar la sostenibilidad empresarial, así como un mayor acceso al financiamiento para las Pymes. Estas medidas no solo benefician a la economía, sino que también buscan reducir la pobreza y la desigualdad, pilares esenciales de la política social de la llamada 4T para construir una nación más justa y equitativa.
El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), también juega un papel crucial en esta estrategia. Sheinbaum ha destacado su importancia como un motor para el crecimiento regional y una herramienta clave para competir contra economías como la de China, que ha acaparado una parte significativa del comercio mundial en las últimas décadas. Al sustituir un 10% de las exportaciones chinas con productos hechos en Norteamérica, el PIB de México podría crecer un 1.2%, un impacto que subraya la relevancia de este enfoque en la integración regional.
Desde una perspectiva empresarial, el mensaje es claro: invertir, producir y consumir en México no solo es una opción lógica, sino una apuesta segura. Como afirmó Altagracia Gómez Sierra, coordinadora del Consejo Asesor de Desarrollo Económico Regional y Relocalización, la clave para el éxito radica en confiar en México y trabajar en conjunto para impulsar una industrialización que promueva el comercio justo, proteja a los trabajadores y fomente la innovación y el valor agregado.
Además, el conocimiento detallado de las cifras de la presidenta Claudia Sheinbaum, su capacidad para coordinar esfuerzos multisectoriales y su compromiso con una visión de país cohesionada han sido reconocidos incluso por figuras como el empresario Claudio X. González Laporte, que no veían con buenos ojos a AMLO y la 4T, y quien en una entrevista con Azucena Uresti en Radio Fórmula expresó que con este nuevo gobierno, “tenemos una situación donde hay más diálogo y más claridad, por lo menos inicial, de que se requiere de mucha inversión en el país y para eso se requiere de la certidumbre de todo el empresariado en el país”.
Está claro, la iniciativa le imprime un sello personal al segundo piso de la 4T que, bajo el liderazgo de Sheinbaum, cambia el rumbo al programa de gobierno del expresidente Andrés Manuel López Obrador, que estaba centrado en la poca promoción de la inversión, la falta de diálogo con el sector empresarial, el incremento de deuda pública, el gasto descontrolado del gobierno y un alto déficit fiscal; sin duda el sexenio de AMLO fue de “borrachera” y ahora le toca a Claudia sentir “la cruda”.
Ante esto, y en un contexto global incierto, la presidenta y su gobierno han elegido un camino de menor polarización, con mayor diálogo y unidad para lograr el crecimiento económico que no se dio en el sexenio pasado, y que beneficiaría a las finanzas públicas.
En el balance del 2019 al 2024, el crecimiento acumulado del PIB, en el sexenio de AMLO, rondó el 5.5%, quedando como el más bajo desde 1983 a 1988, con Miguel de la Madrid, cuando fue de 3.1%, según cifras desestacionalizadas. En comparación con el gobierno anterior, el de Enrique Peña Nieto se vio un crecimiento acumulado del PIB de 11.6%; con Felipe Calderón de 8.6%, y con Vicente Fox fue de 12.3%.
El Plan México no es solo una estrategia de desarrollo; es una muestra del liderazgo de una presidenta con capacidades científicas, -que a diferencia de su mentor Andrés Manuel López Obrador-, entiende las necesidades del presente y se atreve a imaginar un futuro mejor para todos. Bajo esta visión, México no solo aspira a ser más competitivo en el ámbito internacional, sino también a convertirse en un ejemplo de cómo el crecimiento económico puede ir de la mano con la justicia social y la sostenibilidad ambiental. Al menos esa es la radiografía del momento. Seguiré pendiente de los avances o retrocesos del ambicioso plan y lo escribiré en esta página.