
Anoche tuve una pesadilla. Soñé que una entrañable amiga llegaba a mi casa pidiéndome que la escondiera porque su ex la perseguía, ese ex que cuando estaban casados la molía a golpes hasta enviarla al hospital. Con su mirada aterrada me decía que si él la encontraba era capaz de matarla y de llevarse a su hijo. Yo la escondía, él me amenazaba y se metía a mi casa a buscarla. Yo no lograba convencerlo de que ella no estaba ahí. Al final él la encontraba al tiempo que yo veía el rostro aterrado de mi amiga. Me despertaron su grito y mi llanto.
Abrí los ojos con el corazón intranquilo y un montón de recuerdos de historias que tantas mujeres me han confiado empezaron a emerger, incluyendo el abuso que mi amiga sufrió a manos de su exesposo y que en algún lugar de mi mente se quedó atascado para salir en forma de pesadilla.
Recordé las historias de amigas, colegas, maestras, tías, primas, empleadas domésticas, sus amigas, sus colegas, sus maestras, sus alumnas, sus tías, sus primas, sus abuelas, madres, hermanas, hijas… la historia pasada propia.
En todos los relatos que mi cabeza reconstruía, las mujeres habían sido violentadas física o emocionalmente, ya fuera por su pareja, la familia, en su trabajo, o revictimizadas por las autoridades que supuestamente ayudarían, por los vecinos, por propios y extraños. Principalmente por hombres, aunque también por mujeres.
En todos los casos que de buena fuente conozco las mujeres sobrevivieron, con la terrible excepción de una de ellas. Pero muchas más no lo han hecho. Muchas han desaparecido, muerto en el camino de la manera más atroz. Pienso en ello y mi corazón duele. Mi espíritu tiene rabia. No logro entender tanta saña, tanto abuso, tanta injusticia.
Mi hija duerme a mi lado, en un plácido sueño muy diferente a mi pesadilla de anoche. Doy gracias por tenerla, sabiéndola viva y feliz, porque en nuestra casa vivimos seguras y tranquilas. Pido por aquellas madres y padres que no han corrido con mi misma suerte, por sus hijas desaparecidas, por las que no han encontrado justicia.
Pero sé que pedir no basta. Habrá que trabajar día tras día para que esto deje de suceder, educar para la paz, hablar por las que no tienen voz, asegurar a las generaciones que vienen un futuro diferente en el que ser mujer no signifique perder desde el nacimiento.
Que dos días en el calendario no basten para saciar conciencias. Que no nos callemos, que no seamos cómplices, que no repliquemos lo aprendido, que la inconformidad sea el pan de cada día. Que avancemos hasta no despertar llorando por una pesadilla que podía ser real.
Veo a mi pequeña y le prometo que será sin tregua. Así como para nosotras como mujeres es sin tregua la vida, y en este país que se cae a pedazos también la muerte es sin tregua, que así sin tregua sea la lucha. Que no haya trinchera vacía.