
La FIFA, como se sabe, es como el Vaticano. Joseph Blatter o el secretario general en turno, es como el Papa en la Iglesia Católica. Son instituciones globales, millonarias, ajenas al escrutinio de la ley y siempre bajo sospecha de corrupción. Nadie sabe que esconden los muros que resguardan sus secretos. Así como la Santa Sede recibe dividendos de las limosnas de la más modesta parroquia de los rincones de pobreza extrema, que tienen que reportarse con la superioridad eclesiástica, en la FIFA, hasta el jugador amateur de la categoría moyote de cualquier liga en el mundo, también paga tributo en Suiza.
Entre los miles de arcanos de la Federación Internacional de Futbol Asociación, existe una serie de documentos de los que nada se sabe al exterior. Entre ellos figuran los que contiene el enorme archivero donde se guardan los folders relacionados con el área de Sicosociología del organismo.
Hay toda un ala en el enorme edificio, austero de apariencia, donde está la sede del organismo, en Zurich. En el cuarto piso, por la parte posterior, está esa oficina, manejada por un grupo de especialistas conocidos al interior como los Loqueros.
En una de las paredes está el espacio que contiene la sección de los Perfiles. Varias veces he estado en el edificio, pero nunca he ingresado al cubil de los Loqueros. Mi amiga, la señora Bortei Kureluga, una vez me confió el contenido de esos cartapacios que contienen información que valdría una fortuna para cualquier revista especializada. La dama que, como pocos saben, es una de las altas administradoras de la FIFA, tiene acceso a todo. Me dijo que los equipos grandes del planeta elaboran perfiles sicosociológicos de sus respectivos aficionados. Son trabajos secretos y muy profesionales. Hay bufetes de especialistas, reconocidos en la comunidad futbolera internacional, que recorren el mundo haciendo esos trabajos, metiéndose a la tribuna, visitando cafés y bares e infiltrándose en las barras. Sienten y perciben todo.
En el Real Madrid, por citar un ejemplo conocido, se concentran aficionados que son adultos jóvenes, de la clase media alta, de corte pacífico, que entienden, de manera subconsciente, que ser parte de la marca es una distinción internacional y que da prestigio. Los seguidores del Barcelona, en cambio, se perciben como guerreros, outsiders, rebeldes. Les gusta carecer del glamour de los merengues y ser, en los últimos años, mucho más exitosos. Son más reactivos, me dijo la señora Bortei, porque, de acuerdo al estudio, la inercia separatista les ha dado un golpe de orgullo que los llena en todos los ámbitos de la vida, incluido el futbol.
Me dijo que acá, en México, se tienen igualmente, perfiles elaborados que no son dados a conocer. Como es comprensible, me dijo que ella no sabía nada del balompié azteca. Sin embargo, recordó el caso ejemplar de un equipo que tenía el nombre de una cementera y que estaba radicado en el centro del país. Se refería al Cruz Azul. Me explicó que, según recordaba, los aficionados ahí eran de los más nobles de todo México. Contrario a lo que se cree, la feligresía de La Máquina es más numerosa que la de América o Guadalajara. Me explicó que de acuerdo a temporadas y campeonatos reportados, hay variaciones, pero que los seguidores del Cruz Azul eran más numerosos porque se arraigaban en veteranos y en jóvenes que se decían contrarios a otras expresiones de respaldo que tenían perfiles más agresivos como, por ejemplo, las de Pumas. Los cruzazulinos tienen más apego a sus tradiciones que los demás equipos. Eso es lo que se reporta en la FIFA.
Quise pedirle más informes sobre el estado de las aficiones en México, pero no me dijo más porque no los recordaba. Ni siquiera había reparado en detalles del Erchim, el equipo de Ulán Bator, en la liga mongola, que era el favorito de su padre. Mucho menos sabía algo de algún club del otro lado del mundo.
No insistí, pero en el regreso a Oceanía, pensé en las dispendiosas campañas que emprenden los equipos de futbol en el mundo, y particularmente los del balompié azteca. Cómo apelan a las tradiciones, a las sensaciones, a la familiaridad, a la garra, al sentido de pertenencia. Las empresas que manejan el balón son mucho menos inocentes y más calculadoras de lo que parecen.
Claro, existen equipos de formación silvestre que, sin proyecto, ni se ocupan de esos rollos caros de generar perfiles entre la afición, y se concentran en entrenar entre semana, calificar eventualmente a la liguilla y comprar jugadores de renombre en época de contrataciones. Pero otros, los que se consideran instituciones, que son filosofías, los llamados equipos grandes que se toman en serio la arquitectura de sus equipos, se preparan hasta en los detalles más pequeños. Entre otros asuntos, estudian muy bien a la tribuna.
Sorpresa, el aficionado en México está debidamente catalogado.