Cuauhtémoc Blanco Bravo, a sus 36 años, ha retomado el protagonismo que él mismo había tirado desde hace unos cinco años, cuando se desubicó, buscó fortuna en el jetset, en equipos en los que no encajaba y se exilió de sí mismo, con facultades menguadas.
Ahora, con menos pelo y piernas, pero, en cambio, con más joroba y panza, regresa a ocupar el lugar que nadie le ha quitado como el mejor jugador mexicano de los últimos 50 años.
El pasado miércoles 9 de septiembre, en el crucial juego ante Honduras, se apoderó de la cancha y dio otro de sus conciertos estelares, rematándolo con el gol del triunfo 1-0 que pone a México en la puerta de Sudáfrica 2010.
El Jorobado de Nuestra Señora de Tepito se ha hecho senecto en el futbol mexicano. Los escritores reciben reconocimientos después de los 60 años y se les comienza a mencionar como candidatos al Nobel, o se les dan premios nacionales, puestos numerarios en consejerías importantes y hasta doctorados Honoris Causa. Ya están cerca del final de su vida creativa (que es la vida misma) y se les comienza a reconocer su labor, como una forma implícita de darles un goce mayor antes de que mueran.
Cuau ya está en sus últimos suspiros como futbolista. Por increíble que parezca, le va a alcanzar la gasolina para llegar al próximo mundial. Su caso es extrañísimo, inédito en el futbol nacional y similar al de muy pocos jugadores en el planeta.
Blanco alcanzó su esplendor físico y atlético en el mundial de Francia 98. Era, en ese momento, un pura sangre que se desbocaba en todas las competencias. Ya estaba posicionado, para entonces, como uno de los mejores jugadores en la historia del futbol nacional. El chaval tenía 25 años entonces y derrochaba mucho más talento que cualquiera.
Ni siquiera Hugo Sánchez, con sus Pichichis y todo lo demás que ya se sabe, iguala al Temo en calidad. En clase, sí, porque Hugo es educado y el otro es un cazurro. Pero en futbol, el penta estuvo siempre donde debía para convertirlas todas, lo cuál fue siempre su única, gran y excepcional virtud. Nunca se generaba jugadas solo y nunca dribló, ni se lució con una gambeta.
Blanco tuvo magia y liderazgo y lo derrochó durante años. Una bicicleta, un autopase, un tiro de media distancia, tan complicados y difíciles de ejecutar, eran para él baratijas, chistoretes que sacaba cada que se le antojaba. Era un gusto verlo jugar.
Pero vino la época oscura. Su gran equipo es y será el América. Pero en ese tiempo de esplendor fue botado, por indisciplina, al Necaxa y Veracruz. Se fue a jugar, lesionado, a Valladolid, en el balompié Ibérico, donde fracasó. Regresó a las Aguilas. Se enemistó con el entrenador Ricardo LaVolpe, que ladinamente lo relegó del Mundial de Alemania 2006.
Por ese tiempo tuvo sus escándalos por romances con vedettes, se exhibió en programas de televisión como actor y se convirtió en un pandillero de las canchas. Estaba desubicado y construyó los puentes para colocarse en posición de repudio general. Se había apartado del futbol para gozar las mieles de la fama de rock star que no le sentó bien. Había perdido la concentración de lo que tenía qué hacer, que es mover la pelota. Nunca se vió cómodo con esos reflectores.
Emigró, luego, al futbol de Estados Unidos, con el Fuego, de la ciudad de Chicago. Parece que ahí encontró sosiego, lejos de todo lo que le provocaba vértigo.
Ahora, en el atardecer de su carrera, resurge, impresiona y goza su espectacular retorno. Se ve singular la imagen del Temo haciendo pareja con Gio, a quien casi le dobla la edad y con quien tiene mucho qué compartir.
Ahora, cuando la vista falla y las piernas no responden y los pulmones se queman en el minuto 70, es cuando ha encontrado su punto medio. Nunca, como ahora, se había visto tan mesurado el Cuau pero, como dicen los sapientes, para gozar la experiencia, se necesita juventud y viceversa.
Y ahí va, de regreso a la gloria Blanco, que desde que debutó en el futbol hace ya muchísimos años, se ha convertido en uno de los indiscutibles dueños de la liga mexicana de futbol.