El máximo dirigente de la Federación Mexicana de Futbol, Decio de María fue captado por las cámaras de televisión haciendo una señal indecente a un aficionado de Honduras. La imagen circuló por todo el mundo, como una muestra de la estupidez humana. Es inaceptable que una persona con esas credenciales se presente así.
Luego está el gesto que hizo el capitán de la Selección Mexicana, el Maza Rodríguez, a los aficionados, al finalizar un juego. Fue una señal idéntica, la del dedo cordial extendido hacia el cielo.
Los dos ofrecieron versiones estúpidas para excusar su conducta. Nadie las creyó. Pero eso no era importante. Tenían que decir algo y lo dijeron. No era importante su dicho, pues nadie los iba a sancionar.
Está demostrado que quien puede aplicar un castigo es un orden superior, no los pares. Y esto ocurre en cualquier sustrato de la vida.
Se juntan aquí dos condiciones riesgosas: a las figuras públicas se les acabaron los argumentos, y el gran hermano que todo lo ve llegó para reinar sobre la faz de la tierra.
Parece ser que la intrusión de los medios electrónicos para capturar mensajes han provocado un desbarajuste en todo el planeta, principalmente en los famosos, los que son objeto de escrutinio, los que por ganar mucho dinero, obtienen reconocimiento, adoración, culto y envidias a raudales.
Si nos centramos en los futbolistas o las alimañas que hacen cabriolas a su alrededor, como los directivos, encontramos que estos ya están fastidiados. En ninguna época de su vida habían sido objeto de tanta atención y, en su desesperación, han optado por romper con el orden. Parece que van a crear uno nuevo que lastima al deporte.
En esta nueva configuración del juego y su interacción con los aficionados, los futbolistas profesionales pueden ya comportarse como los sujetos de la tribuna. Cuando un asistente a un espectáculo masivo se mimetiza con su compañero de asiento, pierde un mucho de su propia conciencia y la integra a un colectivo que se comporta con una similitud enajenada. Se pierde el juicio, por la sangre amotinada.
Eso ha ocurrido siempre y los futbolistas lo aceptaban.
Pero ahora, parece que los jugadores se quieren subir a las gradas, responderle directamente al aficionado, liarse a golpes.
Hay que ver que ahora los futbolistas son censados hasta en su vida privada. También, ahora, los tiempos demandan conocer todo de la vida del goleador. La insatisfecha curiosidad también la animan los mismos clubes, que les dedican revistas especializadas, les crean programas de televisión para ellos. Todo con el afán de vender camisas.
En ese comportamiento, parece que pronto va a haber un programa de chismes futboleros, algo de la farándula del balón, igual que los programas de chismes de las estrellas de cine.
Es tiempo de regresar a la tradición aceptada mundialmente, en la que el aficionado acudía el estadio a desahogarse a gritos y los futbolistas entretenían con goles. Las costumbres se hacen leyes y esa conducta era la socialmente aceptada.
Si las cámaras de televisión se interesan indebidamente en la intimidad del deportista y este, también sin propiedad reclama su espacio con improperios, se ocasiona un ambiente de desorden en el que gana el escándalo, no el futbol.