Hace algunos años tuve la fortuna de realizar un viaje por Centro y Sudamérica junto con el amigo periodista Erick Muñiz, mismo que nos llevó a recorrer las capitales y algunas ciudades importantes de la mayor parte de los países que conforman esa parte del continente americano.
Debo decir que las imágenes que vi durante esa experiencia aún quedan grabadas en mi memoria, desde la belleza y majestuosidad de la cordillera de los Andes, hasta la indignante pobreza extrema de Nicaragua.
Hace unos días un par de sucesos me hicieron recordar que en este viaje tuvimos la fortuna de pasar unos días en Buenos Aires, la capital de Argentina.
La noticia de que un gran amigo, Memo Cobos, decidió irse a vivir a la cuna de Maradona y un programa de televisión donde el conductor recorrió la famosa Plaza de Mayo, me hicieron recordar que en la Argentina (como le llaman allá), la conciencia social y la memoria política son dignas de envidiarse, más para los mexicanos.
Dos apuntes nada más para exponer mi caso:
Una fría tarde-noche estábamos caminando por la explanada de la Plaza de Mayo, cuando de pronto nos llamó la atención que había varias bocinas instaladas en algunos puntos estratégicos. Curiosos, como buenos reporteros, decidimos quedarnos para ver qué era lo que iba a pasar.
Minutos después, de las bocinas comenzaron a escucharse viejas grabaciones de discursos, voces de viejos próceres, multitudes coreando el nombre de Evita y otros políticos, la narración original del gol que le dio a la Selección Argentina su primer Copa del Mundo y la reacción de los que estaban ahí, en la plaza, escuchando el partido.
Sin embargo, el tono cambió cuando el lugar se inundó con los sonidos de los discursos de los militares que tomaron el poder, el ruido de las botas castrenses marchando por la explanada, el paso de los helicópteros desde donde se lanzaba a los enemigos del régimen, algunos balazos, los cantos de protesta del pueblo.
No olvido que, para entonces, muchas de las personas que estaban escuchando lloraban, recordando los momentos a los que los llevaron esos sonidos.
Cuando todo terminó, mi compañero de viaje y yo reflexionamos de cómo un ejercicio de este tipo en México sería impensable, primero porque ninguna autoridad aceptaría llenar la explanada del Zócalo y la Plaza de las Tres Culturas con los sonidos de las manifestaciones públicas, la masacre de estudiantes, los reclamos de paz y justicia.
Pero lo más triste es que en México este ejercicio sería impensable porque a nadie en este país le importaría escuchar las voces del pasado.
En México nos gusta tener la memoria muy corta, distraernos con el paso de una mosca o el más reciente escándalo en las redes sociales.
En Argentina nadie acepta olvidar a los casi 30 mil desaparecidos durante el régimen militar… en México muy pocos quieren recordar los más de 250 mil que ha habido durante los últimos doce años de gobiernos del PAN y el PRI.
Para los mexicanos recordar es aburrido, fastidioso, estéril. Cuando queremos hacer como que nos importa nuestro país, descargamos nuestras frustraciones en el teclado y los muros de Facebook y Twitter.
Me da mucha pena darme cuenta que en otras naciones del mundo el recuerdo de quienes lucharon para que pudiéramos gozar de nuestras libertades se honra con la memoria, mientras que los mexicanos hacemos hasta lo imposible por olvidar a nuestros muertos.
Eso sí, siempre y cuando no nos toque a nosotros.