
Mientras los titulares de desarrollo económico hablan del nearshoring como la gran oportunidad de oro para la frontera, en el Valle de Texas la realidad sigue atrapada en un ciclo que nadie quiere enfrentar: pobreza estructural y un sistema educativo quebrado.
Durante décadas, esta región ha encabezado las listas nacionales de bajos ingresos, alta dependencia de programas sociales y bajo nivel educativo. Aquí, miles de jóvenes apenas concluyen la preparatoria y optan por trabajos temporales o físicamente extenuantes como los pozos petroleros, no por elección, sino por necesidad. Y aún más preocupante: por costumbre.
El discurso optimista sobre la llegada de empresas, parques industriales y empleos “mejor pagados” es una buena narrativa para inversionistas. Pero sin capital humano preparado, sin una comunidad que valore el conocimiento sobre la comodidad de los subsidios, el nearshoring no será más que otra ola de beneficios que pasan de largo para la gente local.
El Valle no necesita más promesas. Necesita una revolución cultural. Necesita líderes que tengan el valor de decir lo evidente; no saldremos del rezago mientras sigamos celebrando la mediocridad educativa, mientras se tolere que terminar la high school ya sea visto como “logro suficiente”.
La pobreza no solo es falta de dinero. Es falta de visión. Y el nearshoring, por más millones que prometa, no va a cambiar eso.