
Las pruebas indican que José Francisco Fonseca Guzmán, conocido como Kikín, nunca tuvo calidad suficiente para ser un futbolista de primera clase y que su ascenso en el hit parade obedece más a un plan astuto de promoción elaborado por su padre y representante, y al innegable carisma del jugador nacido en Guanajuato.
Tuvo destellos y un ascenso en La Piedad, Pumas y Cruz Azul, donde debió quedarse. Sin embargo, un gol para el Tri en el Mundial de Alemania hizo que su peso se tasara en oro, lo que lo llevó a jugar a Portugal, donde exhibió sus verdaderas cualidades, muy escasas, que lo trajeron de regreso, sin júbilo ni congoja, a tierras mexicanas.
La organización incauta que lo repatrió fue Tigres, poderoso equipo del norte del país, propiedad de una empresa líder mundial en cementos que ha tenido por antigua costumbre allegarse, con su enorme potencial adquisitivo, de los jugadores de moda que rondan el futbol mexicano.
Fonseca sorprendió con su carisma a Cementos Mexicanos y se vistió con la piel de bengala en uno de los peores tratos que haya hecho equipo alguno del futbol azteca. Fonseca entrenó, fue cumplido y disciplinado, pero no cumplió.
No hizo nada más que cubrir la cuota deportiva con un par de goles por temporada, y con algunos comerciales para la empresa. Sin productividad, fue paulatinamente relegado hasta quedarse en la banca y ser puesto en la lista negra de transferibles.
Sus números no lo recomiendan y su precio infinitamente superior a sus cualidades, lo hacen inelegible para la mayoría de los clubes. Nadie lo ha querido desde hace cuatro temporadas que Tigres lo ha puesto en venta.
Finalmente, el equipo universitario ha decidido desembarazarse de esa carga tan pesada que le representa en lo pecuniario y para infamia de la institución el nombre de este carismático profesional, que se enriqueció sin jugar y que ha vivido de un engaño, como falsa figura estelar en el firmamento del futbol mexicano.
Fuera del plantel felino, ahora fue acogido por Atlante, pero no puede jugar porque un diferendo en el finiquito aún lo ata con el equipo que quiere dejar.
La disputa ya se hizo pública, Tigres no quiere pagarle al jugador una cantidad que, se ha rumorado sin confirmación, es de 10 millones de pesos, y el ex muchacho maravilla ha exigido que le sean entregados como parte de un pacto que previamente hizo con el club antes de que ocurriera el rompimiento entre las partes.
No sabemos cuál es el fondo legal del problema. Justicia significa dar a cada uno lo que le corresponde. Ninguna persona fuera de la negociación ha tenido en la mano documentos que revelen la verdad legal del asunto.
Lo cierto es que Kikín es un fraude. Fue entrevistado hace días por la televisión nacional, donde reconoció que tuvo una baja de juego, pero se quejó de que Tigres no le dio minutos en la cancha para poder recuperarse. El razonamiento, aquí, es contra la lógica. Es inexplicable que se le dé posición de titular a alguien que no tiene un buen desempeño. Hasta donde indica el razonamiento básico del juego, el puesto se gana con actuaciones y quien no actúa bien, va a la banca. Hay quienes, como Kikín, nunca se recuperan del relego. La mayoría termina penando en la división de ascenso. Ejemplos abundan de jugadores que tuvieron malas rachas y cayeron a Primera A y ya no regresaron.
No puede ser el caso del Kikín que, independientemente de su calidad cuestionadísima, sigue siendo un nombre, sólo eso, en el extraño futbol mexicano.