Son tantos los tiradores mencionados para dirigir a la Selección Mexicana que bien podrían hacer ellos su propio equipo para jugar en una liga de aspirantes a mártires.
Parece una de esas películas del cine negro, que inicia con el protagonista al borde del precipicio. Luego, en retrospectiva se relata todo el drama, que es sustento de la historia, sobre qué fue lo que hizo, dónde metió las patas el fulano para encontrarse al filo de la muerte.
Así parece que se encuentra el equipo Tigres sometido a crueles tormentos en esta tragedia griega de final inesperado. No se sabe aún en qué terminará la epopeya del equipo felino que, pacientemente, a lo largo de varios torneos ha ido cavando un hoyo con meticulosidad, esmero, cuidando los detalles para convertirla en una obra perfecta. Y ahí se encuentran ahora, en el fondo del agujero que es una maravilla arquitectónica del gran fracaso que es la franquicia.
Parece una maldición. Hay factores meteorológicos, ambientales y astrofísicos que parecen influir en decisiones sobre las que los humanos no tenemos control.
Acá en Tigres parecen estar seguros de que los fracasos son el resultado de una cábala que debe de ser remediada con un ojo de venado. Traen entrenadores como en la aldea traían a los médicos brujos para que curaran las enfermedades con supercherías y supersticiones.
Vinieron, en hilera, tres técnicos ganadores, campeones, triunfadores probados. José Luis Trejo, Mario Carrillo, Américo Gallego. Sinergia Deportiva, equipo que administra y maneja al club, los presentó con los jugadores y esperó paciente a que funcionaran sus danzas nocturnas bajo la luna llena. Como no pasaba nada, eran despedidos, en fila, como llegaron.
El último de los videntes importados para Tigres es Manuel Lapuente, uno de los hombres que más sabe de futbol en este país. Algunos de los jugadores que fueron sus pupilos en el balompié azteca, me platicaron en una ocasión, que es un tipo que realmente sabe de futbol. A diferencia de otros charlatanes de traje que cogen un pizarrón y lo llenan de rayas, Manolo sí conoce los meandros del jueguito.
Ha sido campeón de liga, hizo de su estilo una escuela y participó en una Copa del Mundo al frente de la Selección Mexicana en la que no lo hizo nada mal.
Pero este hombre preclaro, este zahorí de las canchas, es el que tiene a Tigres al borde del despeñadero. ¿Cómo es posible que alguien como Manolo, que tiene acceso al panteón de los entrenadores, esté a punto de arruinar una institución? Parece que no hay respuesta.
“Así es el futbol”, respondió el mismo Lapuente cuando le preguntaron por qué Tigres no ganaba los partidos si es que, como decía, había jugado mejor.
¿Será posible, acaso, que haya factores en el juego que sean impredecibles, tanto que ni siquiera Manolo, Carrillo, Trejo y el Tolo pudieron descifrar? No se sabe con certeza.
Pero si uno de los grandes teóricos del balompié mexicano, como es Lapuente, no sabe explicar qué le pasa a Tigres y, peor aún, no puede hacer nada pare remediar su carencia de oferta deportiva, el resto de los aficionados del país, de cualquier equipo, están perdidos en la más absoluta ignorancia.