
Fernando Kuri, propietario del Veracruz, incurrió en una bajeza. Lo vio todo México, toda América, todo el mundo. Un directivo agrediendo al representante del cuerpo arbitral es inaceptable. Pero en México se acepta. La razón es sencilla: el victimario es, entre otros, dueño del negocio.
La Comisión Disciplinaria de la Federación Mexicana de futbol le impuso un castigo de un año, por haber golpeado a Edgardo Codesal, presente en un juego en el que los Tiburones Rojos fueron afectados, en la cancha, por decisiones del colegiado. Codesal, quien fue objeto de la violencia, estaba en un palco. Qué imbecilidad, qué falta de criterio responsabilizarlo a él.
La sanción le impide a Kuri bajar al vestidor y al terreno de juego. No puede acudir a las reuniones de los propietarios. Por lo demás, el ejecutivo puede hacer lo que seguía haciendo. Su crimen, en cierta forma, queda impune. Y más, porque es un diputado federal y tiene fuero constitucional, lo cuál lo protege contra cualquier acción legal en su contra. Indignante.
Creo, que en estricta justicia, a Kuri Grajales le debieron haber impuesto el mismo castigo que reciben los aficionados rijosos. Lo que se busca es erradicar la violencia en los estadios, independientemente de quién sea el perpetrador. Las conductas antisociales deben ser extirpadas. Los malos hábitos contagian.
En caso contrario, y como correctivos aplaudidos por la comunidad futbolera, la Femexfut aplicó recientemente medidas inéditas al Club de Futbol Monterrey, debido a que sus aficionados incendiaron las tribunas del recién remodelado Estadio Cuauhtémoc, de Puebla. Arrancaron unas 400 bancas en el juego en el que el equipo norteño ganó. En respuesta a su pésima conducta, durante un año, no se les venderá boletos a los grupos de animación de La Pandilla. Además, como medida propia, el club vetó por un año a los aficionados que fueron detenidos durante el incidente. Y los que no fueron arrestados serían identificados por la institución regia, para aplicarles el mismo castigo.
Al dueño del Veracruz también debieron echarlo de los estadios, por lo menos un año. Las penalidades que impone la ley buscan inhibir los delitos. Los que los sufren, se espera, escarmienten. Los que atestiguan la sanción, reciben una advertencia. Al empresario y representante popular, que llena de vergüenza al futbol y a la ya de por sí devaluada clase política, deberían dejarle caer la acción de la justicia para aleccionarlo a él y sus futuros imitadores.
En otras latitudes se ha observado que los brotes de violencia alcanzan picos elevados, por las tragedias. En algunos escenarios sudamericanos, aficionados han sido baleados y acuchillados, por el frenesí de hinchas que encuentran en el futbol ocasión para aliviar sus frustraciones.
Recordemos que no hace mucho, en una racha de agresiones perpetrada por un sector de la afición del Monterrey, la directiva de esa noble institución consideró restringir la venta de cerveza. Qué espanto. Futbol sin cerveza, parece un divorcio inaceptable. Pero el plan fue colocado en la mesa. En Estados Unidos, recordemos, en algunas plazas se vende únicamente una bebida espirituosa por aficionado mayor de edad, para evitar la alteración de las emociones, en atmósferas volátiles y cargadas de keroseno, listas para estallar.
La exhibición de violencia de Kuri genera un sentimiento de rabia fría y de impotencia explosiva. Su ejemplo de impunidad es una más de las piedras pequeñas que se van acumulando en el buche popular. La sociedad observa cómo, por ser un hombre de dinero, evade la pena. Kuri Grajales es un claro ejemplo de que la justicia protege a los ricos, a la clase pudiente. Que el infelizaje, los pobres, el lumpen, es el único que recibe el garrote de los jueces.
Pasa en el entorno social, y también en el futbol.