
La noticia del fallecimiento de José “Pepe” Mujica ha sacudido a quienes todavía creemos que la política puede ser un acto de servicio y no de servilismo al poder. El expresidente uruguayo vivió como predicaba: con austeridad, honestidad y un profundo respeto por el pueblo. Desde su modesta chacra, Mujica nos mostró que la política no necesita oropel para ser efectiva, ni pretextos para ser ética.
Mientras recordamos con admiración al “presidente más pobre del mundo”, en México seguimos lidiando con gobiernos que exigen cada vez más al ciudadano, pero entregan cada vez menos. Los impuestos se han convertido en una carga sin retorno visible. ¿Dónde está el dinero que pagamos? ¿En qué se traduce?
Es indignante que, en nuestro país, la basura se acumule, las luminarias no funcionen y los baches crezcan como si fueran patrimonio local. Aún así, cada año el gobierno aumenta las tarifas de los impuestos. No se trata de negarse a pagar impuestos, se trata de exigir una rendición de cuentas clara, eficiente y, sobre todo, ética.
Pepe Mujica decía: “Cuando gastas, estás gastando tiempo de tu vida”. Si trasladamos esa filosofía a nuestra relación con los impuestos, podríamos decir que cuando pagamos sin ver resultados, estamos regalando tiempo y esfuerzo a una estructura que no nos respeta. Es tiempo de revertir esa lógica.
Nuestros gobiernos deberían adoptar un principio básico de reciprocidad: si los ciudadanos cumplen, el gobierno debe responder con servicios dignos, transparencia real y canales de participación ciudadana efectivos. Lo contrario es una traición a la democracia y al contrato social más elemental.
Hoy, mientras se multiplican los homenajes a Mujica, lo más coherente sería llevar a la práctica lo que él encarnó: gobernar con humildad, con decencia, sin privilegios ni simulaciones. Desde esta frontera tan golpeada por la inseguridad, la migración y el abandono, esa lección no puede esperar.
Porque no se trata solo de recordar a Mujica como un símbolo, sino de preguntarnos por qué en nuestros municipios no hay ni uno solo que se le parezca.