
Cuando Pedro Infante cantaba “Yo soy quien soy y no me parezco a nadie”, no sólo se refería a una forma de ser del mexicano, sino que reclamaba el derecho a vivir de acuerdo a sus circunstancias. Así acontece con la frontera, definida por Carlos Monsiváis como una tierra de tensiones, donde la patria comienza.
Esta región tiene, de origen, características especiales que no necesariamente se entienden en el centro y sur del país. Es por ello que requiere de un representante, o varios, en el Congreso Nacional, para se haga escuchar la voz de quienes aquí viven y trabajan y, principalmente, se afanan por seguir adelante a pesar de las disposiciones que se dictan detrás de un escritorio a muchos kilómetros al sur, o al norte; como antes fue desde el otro lado del Atlántico.
Contribuye mejor al desarrollo nacional el progreso de cada región de acuerdo a las particularidades.
Desde tiempo inmemorial se habla de la frontera como zona ligada al contrabando, esto es la movilidad de bienes y de personas de un lugar a otro sin el cumplimiento de los requisitos que demandan las leyes que se dictaminan a larga distancia, por hombres que viven en la comodidad de las grandes urbes y tienen todo a la mano, y que aplican gobernantes sin sensibilidad que no han tomado agua del río Bravo ni han padecido los climas extremos de la región.
Reynosa vivió un auge inusitado con la Ley Seca en los Estados Unidos. Sus calles estaban de fiesta día y noche y venían mexicanos de toda la geografía nacional no para cruzar el río, sino para vivir y trabajar aquí, contribuyendo con sus talentos al desarrollo de una industria turística boyante y de una comunidad de hombres libres y preparados que llevaron por el mundo la muestra de lo que aquí se hacía en los tres grandes campos de la cultura humana. Vivir en la frontera era un privilegio.
Vinieron otras épocas que también fueron de bonanza, en la que estaba incluido el paso de mercancía extranjera a territorio nacional, o salida de bienes autóctonos para sufragar las necesidades y deseos de los vecinos. Pero, un mal día llegaron las hordas neoliberales y barrieron con todo. El que escribe preguntó a un administrador de la aduana si ya se acabaría el contrabando. La respuesta fue contundente: “No; pero, ahora será controlado desde la Ciudad de México.
Sí, los pesos que dejaba en la aduana el que pasaba una televisión, un refrigerador o un carro, se dejaron de distribuir en la región; fueron en bonche para engrosar las arcas de la alta burocracia y de los industriales y comerciantes inescrupulosos. Los géneros que cruzaban en tráileres volvían a la frontera con etiquetas y marcas de supuesta producción nacional, más caros, con merma en sus empaques y calidad adulterada. Unos cuantos amasaron colosales fortunas.
Los aborígenes, ni mancos ni cortos, idearon la forma de que la gente de la frontera no viviera a expensas de los abusos del centro. Así, volvió el contrabando, ahora con modos adaptados a la realidad que vive la comarca, que aquí de hambre nadie se va a morir.
Los buitres del altiplano y sus corifeos han lanzado una feroz campaña mediática en contra de quien hace su luchita mirando que aquí no falte nada y que se pueda adquirir a precio razonable.
Consciente de ello, el presidente de los mexicanos, Andrés Manuel López Obrador ha dispuesto un régimen de excepción para la frontera y pronto trasladará la Dirección General de Aduanas a la entidad; pero, eso, con ser mucho, no basta.
Es necesario que en el Congreso haya gente de la frontera que lleve a la más alta tribuna los problemas que aquí se viven y que termine de una vez por todas la fama de contrabandistas y piratas.
Los de estos rumbos son tan mexicanos y tan patriotas como los del resto del país. Sólo se necesita que su voz se escuche.