No puedo negarlo, las redes sociales me provocan mucha ternurita.
En lo personal siempre he creído que el Facebook solo sirve para estar en contacto con los parientes que viven en otra ciudad, compartir chistes o simplemente para echar relajo con los amigos.
Al Twitter lo respeto con cierto grado de temor, pues he visto la forma en la que un comentario desafortunado puede generar un linchamiento social de proporciones bíblicas. Además, muchos de los que ahí navegan, sólo lo hacen esperando el momento adecuado para destruir a quienes ni siquiera conocen en persona.
No puedo evitar sonreír siempre que alguien me asegura que las redes sociales son la vía para lograr los cambios más importantes en el mundo y luego, ponen como ejemplo la tan lejana “primavera árabe”, donde miles de egipcios usaron sus teléfonos móviles para organizarse y derrocar a su gobierno.
Por lo general nunca discuto con esas personas pues, la verdad, considero inútil iniciar una controversia por algo tan banal como el “Face”, sin embargo, me queda claro que México no es Egipto.
En el noreste del país las redes sociales jamás van a lograr que la gente se levante para buscar un cambio a los problemas que vivimos pues, desgraciadamente, no somos más que “guerrilleros del teclado”, buenísimos para criticar, denunciar injusticias y reclamarle a nuestras autoridades… pero siempre desde la comodidad de nuestro smartphone.
Somos buenísimos para denunciar al Tránsito que está en la esquina extorsionando conductores, pero traemos el auto con placas vencidas y nuestra licencia se venció poco después del Mundial de Francia 1998.
Nos encanta decir que el alcalde en turno es un ratero inútil, pero nunca hemos pagado el predial de nuestra casa… es más, ni siquiera sabemos si está registrada en el Catastro.
Nos pone verdes de coraje el aumento en el precio de la gasolina, pero apenas nos enteramos dónde está una de las camionetas que venden el llamado “wachicol”, ahí estamos, haciendo fila para ahorrarnos un par de pesos en cada litro.
En alguna ocasión escuché decir a un amigo que las redes sociales son una especie de drenaje de la sociedad moderna, donde sólo circula basura y cada vez estoy más de acuerdo con esa teoría.
Tomemos como ejemplo la tragedia del Colegio Americano del Noreste. Como siempre ha sucedido, un paramédico, policía o maestro de la escuela compartió por las redes sociales las fotografías de los niños heridos de muerte y el video del momento exacto del ataque.
Sin ninguna pena todos comenzaron a compartir entre sus contactos, amigos y conocidos las horripilantes imágenes… tal y como siempre se ha hecho.
Pero en algún extraño momento la tendencia mutó y de pronto alguien recordó que existe algo llamado los derechos de los niños y la protección de las víctimas.
Fue entonces cuando todos comenzaron a condenar la distribución de esas fotografías y como había que encontrar un villano en esta historia (todos los escandalitos de las redes necesitan un malo de la película), se decidió que los medios eran los malditos.
Qué importa que millones de personas hayan compartido y dado “like” a esas imágenes, a nadie le interesa que en otras tragedias similares la gente buscaba desesperada este tipo de fotos y videos para saciar su morbo, aquí había que linchar a los medios de comunicación por falta de ética.
De pronto las redes sociales mexicanas se convirtieron en el Convento de las Madres Purísimas, donde todos estaban indignados por la exhibición que se le estaba dando a las víctimas de este caso.
Desgraciadamente, este sentimiento de nobleza y respeto por nuestros niños se fue diluyendo con el nuevo escándalo en puerta: la orden de Donald Trump de construir un muro en la frontera con México… como si éste no existiera ya en estos momentos.
Poco a poco todos esos bellos sentimientos de respeto a las víctimas y defensa de la familia se fueron cambiando por el nacionalismo más barato que he visto en el tiempo que he vivido en esta tierra.
Porque claro… en las redes podemos decir que los gringos son unos racistas (y muchos lo son), que no los necesitamos, que debemos de comenzar a consumir elotes, frijoles, tortillas y demás productos mexicanos.
Lo malo es que la mayoría que le da “compartir” o “retuit” a estos incendiarios llamados en defensa de la Patria y Bandera, lo hacen mientras esperan dos horas en la fila para poder ingresar a los Estados Unidos a donde nomás van a pasear, pues en este lado de la frontera no hay nada qué hacer.
En las redes nos encanta envolvernos en el Lábaro Tricolor y tirarnos desde el segundo escalón de nuestra casa, pero que no salga una oferta en Macy’s, se nos acabe la comida del perro o tengamos que comprar un pantalón para irnos de antro el fin de semana, porque entonces callamos al pequeño Juan Escutia que tenemos en el fondo de nuestra mente y nos vamos de “shopping”.
¿Esto quiere decir que los mexicanos somos hipócritas? No lo creo y prueba de ello fueron los cerca de 20 mil residentes de la zona metropolitana de Monterrey quienes se reunieron en la Macroplaza para reclamarle a Peña Nieto por el incremento al precio de la gasolina.
El problema es que este tipo de movilizaciones son garbanzos de a kilo, pasan una vez cada década, pues la gente tiene demasiados problemas intentando llegar a fin de mes con un salario de hambre, que andarse preocupando por salir a las calles a reclamar sus derechos.
¿Participar por medio del voto? Los partidos y los políticos se han encargado de demostrarnos que esa es una pérdida de tiempo.
No sé cuál es la vía para lograr que México despierte, que todos jalemos parejo para sacar al país de la ruta hacia el despeñadero a la que se dirige.
De lo que sí estoy seguro es una cosa: La revolución no se va a transmitir por Facebook Live o por Twitter.
EMAIL: [email protected]
Twitter: @gerardoramosmi